Mi Primer Viaje

Nunca voy a olvidar cuando, con solo once años, tuve la primera experiencia de viajar solo.

Fue la condición sine qua non para poder ir de vacaciones a la casa de mis tíos en Río Cuarto, si no me tenían que llevar y traer. Esa circunstancia representaba mayores gastos, de mucha incidencia dadas las condiciones económicas del núcleo familiar.

Mientras mi madre dudaba que fuera una buena elección la decisión tomada, a decir verdad yo sabía que la iba a pasar muy bien en casa de mis tíos, pero el platillo fuerte para mí era el viaje.

Viajar solo me trajo una rara sensación que no pude definir, que fluctuaba entre el sentimiento de libertad y el nerviosismo de la ansiedad.

Mis padres decidieron que viajara de noche: era lo mas conveniente, porque podía dormir durante el mismo y, cuando llegara a destino al otro día a la mañana, mis tíos me estarían esperando.

Las horas pasaron y se acercaba el soñado momento del viaje. Finalmente llegó y de acuerdo a lo previsto, alrededor de las 9 de la noche partimos hacia la estación José María Moreno (hoy Acoyte) de la línea "A" para tomar el subte, no antes de sentirme exigido de ir al baño unas doscientas veces, porque, simplemente, el viaje es largo.

Bajamos en la estación Plaza Miserere y, después de cruzar Av. Pueyrredón y mientras nos acercábamos a la estación de donde salía el "Chevallier", mi corazón se aceleraba a medida que íbamos caminando por Bartolomé Mitre: en su vereda par, a unos 30 metros, al 2760 tenia su entrada al público.

Vista del frente de la vieja estación que Transportes Automotores Chevallier poseía en Bartolomé Mitre 2760, que se mantuvo activa hasta las postrimerías de 1971. (Foto: colección Ernesto González).

Al lado había un ventanal a la calle, donde se leía Transportes Automotores Chevallier S.A.; abajo, en el centro de automotores, el emblema con el aro azul, la flecha roja atravesada y la bandera Argentina con forma de ala y todos sus destinos de viaje encolumnados: Córdoba, Villa María, Rosario, Río Cuarto, San Antonio de Areco, Pergamino, Venado Tuerto, La Carlota, Zárate, Baradero, Campana, Pilar, etc. Del otro lado del ventanal, la entrada muy amplia al garaje permitía pasar a 3 micros fácilmente.

La entrada al público daba a un hall, donde había algunos bancos y tenia otra ventana que daba a la entrada del garaje. Luego del hall había un paso, a la izquierda había una escalera, la boletería y una oficina de tráfico que tenía ventanas a dos direcciones: a la de entrada del garaje y a las plataformas de salida de los vehículos. Del lado derecho, un kiosco ofrecía un gran surtido de galletitas y golosinas.

Del paso principal que daba a la playa, a la derecha había un puesto de diarios y revistas también muy surtido y el acceso a un bar, que también tenía entrada por la recova de Av. Pueyrredón.

Enfrente, de derecha a izquierda, podíamos encontrar los baños, el mostrador de "Equipaje y Encomiendas" y luego un bar chico, que estaba enfrentado a la entrada de la calle y luego el paredón de los edificios linderos, donde habían algunos carteles de propaganda.

La playa era al aire libre y tenía un alero perimetral de chapa, que protegía a los pasajeros los días de lluvia. Las plataformas estaban identificadas con letras negras en fondo amarillo y a modo de límite tenían dos postes de madera clavados de más o menos 1 metro de altura detrás de cada plataforma. Frente al barcito y al mostrador de encomiendas entraban dos vehículos más.

El horario de salida era 22.30 horas y, mientras mi viejo miraba su reloj diciendo que era temprano, mi mamá le sugería que me acompañara al baño porque el viaje era largo...

Nunca me olvidaré la escena: la estación tenía 4 plataformas principales de salida, en la "A" estaba con su motor en marcha el interno 65, un Berliet motor central carrozado por EMSI, con sus ojos rectangulares y su boca grandota como un bagre y sus ruedas artilleras, también tenia una gorra. Su destino era Córdoba, los pasajeros estaban todavía subiendo y acomodaban el equipaje en sus bodegas traseras.

Al lado, en la plataforma "B", estaba un Scania-Vabis motor delantero frontal con carrocería Velox, interno 74. Estaba cerrado y en su cartel indicador lucía el destino Río Cuarto y supuse que era el que me correspondía.

Los coches antes descriptos acomodados en sus respectivas plataformas, a la espera del momento de partir. (Ilustración del autor).

Por altavoz se daba la salida: -Coche de horario 22 horas, con destino a Córdoba y localidades intermedias en hora de partida. Era la costumbre que los acompañantes de los pasajeros marcharan al lado del micro hasta la calle, saludando, agitando pañuelos y hasta con algunas lágrimas. Luego que estos se fueran y de los llantos de rigor, comenzaron a llegar más pasajeros con sus maletas, familiares y amigos.

Pasaban los minutos y en forma sorpresiva irrumpió, iluminando la entrada, un monstruo con 4 focos que entró en dirección al barcito, frenó con un notorio resoplido de aire, puso marcha atrás y bajó uno de sus choferes (con su planchadito guardapolvo color caqui, con solapas, vivos en los puños y cinturón de color azul) para hacer de guía y de prevención del paso del rodado hacía la plataforma "A".

Era también un Scania-Vabis con motor delantero frontal, pero con carrocería Potosí y número de interno 18.

Frente y parte trasera del interno 18, en el que me tocó en suerte viajar, con su imponente carrocería Potosí. (Ilustración del autor).

Enseguida anunciaron por el alto parlante: -Los pasajeros con destino a Río Cuarto y localidades intermedias, con hora de salida a las 22 horas 30 minutos, deberán tomar ubicación de la siguiente forma: pasajeros que tienen en su boleto la letra "A" deberán tomar ubicación en la unidad 18 que se encuentra en la primera plataforma. Pasajeros que tienen en su boleto la letra "B"; deberán tomar ubicación en la unidad 74 que se encuentra en la segunda plataforma.

A mí me tocaba el 18. Por la marca y el modelo los dos micros eran nuevos, con distinta carrocería.

Mi padre me pidió que lo acompañe, para ver en qué bodega ponían mi equipaje. Un señor con ropa color caqui y rostro parecido a Jack Palance (el actor de "La vida en un hilo". ¿Recuerdan?) lo ubicó rápidamente en el portaequipaje trasero del lado derecho, cuando le dijo "a Río Cuarto" le puso el ticket que anudó a la maleta, y le entregó el talón a mi papá, con la recomendación que lo guardara en un bolsillo seguro. Lo tomé y lo guardé.

Me asombró la velocidad con la que acomodaba las valijas, distribuyendo en la parte trasera el equipaje que iba a otros destinos intermedios.

Abracé fuerte y besé a mis padres y esta vez no se acordaron que el viaje era largo: mi papá le entregó el pasaje al conductor, recomendando protección porque viajaba solo y con la indicación de ubicación "asiento 4 ventanilla". Se dio por cumplido mi anhelo, ascendí y me senté. Tomé el tirador que tenía la ventanilla, la abrí y agité mi mano: con júbilo los saludé.

El guarda, cuando comprobó que el pasaje estaba completo le dijo a su compañero que estaba al volante -ya estamos listos y, observando su reloj, esperó mientras yo había comenzado a mirar en detalle el interior del ómnibus: volante de 3 rayos, cubre motor rectangular, con el emblema de la marca en la parte trasera, cortinas de tela color marrón, techo color crema.

Finalmente, tras comprobar que estaba en horario, por los altavoces anunciaron la partida con el destino y horario. Subió al vehículo y acompañó la acción del chofer cerrando la puerta. Aumentó la emoción de la despedida, con los deseos de los acompañantes de "un buen viaje". El primero en ponerse en marcha fue el 74 y luego se puso en movimiento el nuestro, se encolumnó detrás y, lentamente, vi desaparecer la imagen de mis padres saludándome.

La segunda marcha estaba colocada y con movimiento de rotación bajaba el cordón de la vereda. Se desplazó lentamente hasta llegar a Castelli, dobló hacia la izquierda y, antes de girar nuevamente en el mismo sentido para tomar por Cangallo (hoy Tte. Gral. Juan D. Perón) colocó la tercer marcha y culminó con la resoplada del freno antes de tomar la esquina.

De ahí en adelante llegó a poner la cuarta marcha con algunas detenciones obligados por el transito, hasta Gallo, donde giró y tomó por la avenida Díaz Vélez, pasamos el Parque Centenario y el zig-zag de la calle Hidalgo y cada vez mas el bramido del motor daba signos de su potencia por la velocidad que desarrollanba. Colocó la quinta directa por avenida San Martín y, llegando al puente, con un magnífico doble embrague, estando en tercera ascendimos y velozmente pasamos por la facultad de Agronomía, a la escolta del 74.

Vista de la parte trasera del coche 74, nuestro compañero de viaje. (Ilustración del autor)

No paso mucho tiempo cuando, tras cruzar la avenida General Paz y circulando por calles para mí desconocidas, estuvimos en la Ruta Nacional número 8, pasando por el policlínico Eva Perón (en frente del Liceo Militar) y cada vez con marcha más ligera.

No aguanté mi curiosidad en mirar para atrás, al resto del pasaje: había quienes fumaban y otros trataban de leer algún diario o revista, alumbrados por las pequeñas luces individuales. La mayoría había cerrado las ventanillas y se destacaba la luz roja al fondo, que indicaba la salida de emergencia. Pasando Campo de Mayo, la marcha fue cada vez más monótona y acunándome con el movimiento, el sueño fue aventajando mi atención y me quedé dormido.

Sorpresivamente se recostó el ómnibus de mi lado y entró a una estación de servicio en la ruta, donde detuvo la marcha y el guarda anunció -San Antonio de Areco, paramos diez minutos. Sin detener la marcha del motor, el pasaje comenzó a descender, como también lo hice yo, mientras sentía el golpeado de los neumáticos, comprobación que están bien inflados, por parte de uno de los conductores.

Se sentía el fresco de la noche y para cumplir el mandato de mi madre, me dirigí hacia los baños porque el viaje es largo. Salí del mismo, mientras bajaba el pasaje del 74 que acababa de atracar y que, seguramente, mientras yo dormía el nuestro lo adelantó.

En la estación había un buffet donde había algunos parroquianos, que no pertenecían al grupo de pasajeros del viaje. En otra mesa tomaban risueñamente café, los cuatro choferes. Nuevamente afuera, recorrí alrededor de ambos micros, tomando en cuenta la diferencias entre ellos: la Potosí conservaba líneas mas antiguas; ventanillas pequeñas y rectas, dos parabrisas planos que copiaban el diseño Aerocoach. La Velox, en cambio, tenía ventanillas más grandes e inclinadas, el parabrisas era envolvente y curvo y los laterales se destacaban por la chapa estampada longitudinalmente, dándole robustez .

En el frente se destacaban los dos porta faros sobresalientes con esa parrilla de forma trapezoidal, completada con la estrella de 4 puntas como ornamento central. El frente del 18 simulaba una lechuza por sus parabrisas, con una parrilla que parecía una ballena por su barba y el único detalle que lo armonizaba era las líneas inclinadas formadas por la abertura de ventilación y los dos faros de cada lado.

Mientras esperaba que se cumpliera el tiempo de parada, sobre la ruta pasaban a velocidad automóviles y camiones, solos o con acoplados; Mercedes, Fiat, Saurer, Mack, y de repente un micro: con parabrisas inclinado, tapado como con una visera, donde el cartel indicador del destino, se leía "Córdoba". Era de color marfil, con cinturón y guardabarros azules, de la empresa A.B.L.O.

Era motor atrás, con forma redonda, no tenía lunetas traseras y resaltaban las rejillas de ventilación, un circulo iluminado con el nombre de la empresa y el número del interno y el sonido característico de los motores de dos tiempos, como los ómnibus G.M. de la línea 149, de Transportes de Buenos Aires, que pasaban frente a mi escuela en el barrio de Caballito.

En el medio de la noche, el Parlor Coach de A.B.L.O. cruza raudo rumbo a Córdoba. (Ilustración del autor).

Comenzaron a subir los pasajeros a cada uno de los micros e hice lo mismo. El conductor que había venido manejando cerró la puerta, se dirigió hasta el fondo por el pasillo, contó el pasaje y le dijo a su compañero que estaba al volante: -Dale. Tras poner la primera y destrabar el freno de mano salimos primero, con luces reglamentarias, lentamente hasta llegar al asfalto. Frenó, encendió las luces bajas e ingresó a velocidad, con segunda, aceleró, tercera, cuarta, directa y, en un tramo corto, estuvimos a velocidad de ruta.

La ubicación me favorecía al observar cada maniobra o movimiento que hacía el conductor. Puso las luces altas y la ruta quedo iluminada.

Dos luces a lo lejos se acercaban como dos rayos, en forma simultánea la intensidad disminuyó, mientras del lado derecho de las luces que se acercaban se divisaban otras pequeñas de color rojo. Las luces blancas crecieron rápidamente, hasta pasar al lado nuestro.

Sentimos el ruido del cruce: pertenecían a un camión, mientras que las luces rojas pertenecían a la parte trasera del acoplado de un vehículo que circulaba delante nuestro. Se notaba un movimiento ondulatorio.

En esos tiempos los camiones y los ómnibus no tenían dirección asistida, más conocida como hidráulica: recién contaban con ella algunos automóviles estadounidenses de lujo (ver revista Mecánica Popular). Había que ser muy habilidoso para llevar un camión en línea recta, cargado a veces con más de 20 toneladas y era común que el borde de la carretera se rompiera por efecto del transito y la lluvia. No había banquina ni tampoco las rutas tenían el ancho de las actuales, y circular mas al centro era muy riesgoso.

Rápidamente nos acercábamos al acoplado y también había luces que venían de frente. El motor dejo de estar acelerado y se sintió una pequeña salida de aire de los frenos. Había un resplandor de una luz naranja intermitente, acompañada con una verde del tablero de instrumentos. Pasaron las luces de frente, hubo un fogonazo, producto de un guiño de las luces altas, un patadita al acelerador, una acelerada de tercera velocidad y simultáneamente estuvimos de la mano contraria, pasando al camión rápidamente. El conductor accionó la cuarta marcha y nos encontramos con más luces de frente.

Tras rebasar al camión, otro resplandor de luz destellante de color del lado derecho, y también la del tablero, que cesaron después de poner la quinta marcha. Fue muy emocionante la experiencia y cada vez que se sucedían, me llamaban tanto la atención al punto de mantenerme despierto.

El viaje continuaba y había luces que se acercaban de ambos lados: pertenecían a estaciones de servicio, gomerías, depósitos o algunos talleres mecánicos que estaban al costado de la ruta.

El tiempo transcurría y, por la distancia recorrida, sabía que la próxima localidad de importancia era Capitán Sarmiento, como figuraba en la "Hoja de horarios y destinos" que le entregaron a mi papá cuando saco el pasaje. Efectivamente, un cartel al lado del camino lo indicaba. Nuestro micro bajó la velocidad y, con sorpresa, pude divisar que el A.B.L.O. junto a otro Chevallier estaban detenidos en una estación de servicio en sentido inverso, como donde nos habíamos detenido, pero de la mano contraria.
El viaje prosiguió y mis ojos se fueron cerrando, hasta quedarme dormido.

Me desperté y no se sentía la marcha de ruta: efectivamente, estábamos en una ciudad. La mayoría de las casas eran bajas y antiguas y las calles estaban desiertas. Disimuladamente, mire el reloj pulsera del señor compañero de asiento: por la manecilla pequeña eran mas de las 3.

La mayoría del pasaje dormía. Daba la sensación de estar en un aserradero. Pasó por una confitería donde todavía había gente en su interior y entró a un garaje ubicado a su al lado: súbitamente apareció una playa de maniobras y, al frente, el serrucho característico de las terminales. Atracó en una dársena y el otro conductor despertó a unos cuantos con la indicación -Pergamino, paramos diez minutos.

Algunos pasajeros descendían y me daba la impresión que le daba lo mismo bajar por la ventanillas o por la puerta, de lo dormidos que estaban. Pero, nobleza obliga, me daba cuenta que no solo para mí el viaje era largo. La prueba la daba ese recinto donde se juntaba el pasaje masculino, con olor a mezcla rara de naftalina, acaroína y amoníaco.

Qué se le va a hacer, esta historia corresponde al año 1958 y es más: entre los días 3 y 4 de Enero y recién por los años 1962 a 1964 se habilitaron los primeros servicios diferenciales clase "B" con baño y buffet incorporado en los vehículos, en la mayoría de las principales empresas y para destinos alejados.

Había mucho sueño, y en las dársenas había solo un micro mediano, antiguo y frontal: parecía un Volvo con carrocería El Trébol, blanco con rayas longitudinales rojas y amarillas, de la empresa "T.I.R.S.A.", con destino a Rosario y otro ómnibus de Chevallier ubicado fuera de las plataformas. Era un antiguo Leyland motor delantero frontal del año 1946 carrocería Velox, interno 60, con la parte trasera modificada. La puerta de emergencia, en los modelos antiguos, era vertical y estaba ubicada al final del pasillo, en el centro de la culata. Este coche, en cambio, tenía una luneta enteriza, con dos vidrios y la parte inferior de la puerta pasaba a pertenecer a la bodega trasera. De esta manera, los asientos traseros pasaban de 4 a 5.

Frente y culata del coche 60 que descansaba en Pergamino. En la vista trasera puede verse el modo que la antigua puerta de emergencia se habìa transformado en acceso para el depósito de equipajes, tras la conversión de la puerta de emergencia en horizontal. (Ilustraciones del autor).

De igual forma que en la parada anterior, el otro conductor contó el pasaje y hablándole al oído al compañero, el micro hizo marcha atrás, se separó de la dársena, puso primera y partimos por otra salida. Repetimos el tránsito rompiendo el silencio de la noche, con la manifestación de potencia contenida, que desarrollaban ambos rodados, por las angostas calles del lugar. Salimos a la ruta en un pasaje mucho mas barrial y el sueño cada vez ganaba por más ventaja.

A Venado Tuerto, que era la localidad donde me desperté cuando ingresaba a una nueva ciudad, era similar a Pergamino, pero un poco mas antigua. Su terminal estaba en la parte céntrica, pero por el horario se veía todo sombrío y silencioso. Entramos como por un pasillo, luego a la playa y las dársenas eran muy parecidas a la estación anterior.

Llegó la consabida indicación Venado Tuerto, paramos diez minutos, pero esta vez no bajé, porque estaba muy entredormido y gran parte del pasaje hizo lo mismo. Se sintieron los 2 golpes en cada cubierta y la brisa fresca de la madrugada pretendía introducirse en el interior, donde la audición principal era el "Ralenti" del motor, que dominaba aun más que las imágenes verdaderas o las oníricas, de nuestros sueños.

El trámite de conteo fue mas rápido, por los pocos pasajeros que descendieron y entre dormitada y dormitada, estábamos nuevamente en la ruta.

Poco habíamos circulado cuando me sorprendió una maniobra: el coche redujo su velocidad a punto de detenerse y apagó todas sus luces, mientras la marcha seguía lentamente. Luego se encendieron las luces y con la misma marcha se sacudió el eje delantero al pisar algo, que se repitió nuevamente y del mismo modo se sintieron dos cimbronazos del eje trasero, para luego proseguir la marcha de ruta: habíamos cruzado un paso a nivel ferroviario.

Comencé a sentir la sensación penetrante del fresco húmedo del amanecer, el resplandor del comienzo de un nuevo día sobrepasaba el camino y las lucecitas que venían en avance hacia nosotros cada vez mas perdían intensidad gracias a los primeros rayos solares. El compañero del conductor, sentado de costado sobre la tapa cubre motor, dialogaba sin distraer la atención que requiere la conducción. A lo lejos se divisaba un cruce de caminos y a la izquierda una estación de servicio tipo colonial y pintada de amarillo, en la cual se destacaba la sigla YPF. De allí, como escapándose de una persecución, el A.B.L.O. retomaba la ruta, giraba hacia la derecha y rápidamente desaparecía, mientras nosotros con marcha reducida girábamos, cruzamos la ruta hacia la estación mencionada.

Detuvimos la marcha mientras anunciaban -La Carlota: paramos quince minutos, última parada. Se repitió el golpeteo de las cubiertas y, mientras bajaban, los pasajeros se animaban a comunicarse, como dejando de ser desconocidos por compartir el viaje y generalizando los comentarios. Parecía que nadie había dormido, si obviamos la "serruchada" escuchada en Pergamino y Venado Tuerto.

Por indicación paterna, me senté en una mesa al lado de la que desayunaban los choferes y solicité al mozo un café con leche con medialunas. Enseguida me lo sirvió, pedí el costo, lo aboné y dejé como "propina" el vuelto en monedas, gesto que el mozo me agradeció. La propina quedó como costumbre para el gremio gastronómico, cuando aún no existía el "Laudo" y mi papá me enseñó que, ante un servicio, era una buena actitud.

Llegó el momento de ascender nuevamente. Era destacable la vestimenta de la mayoría de los pasajeros, saco y corbata, tal como era la costumbre masculina de la época. Se refregaban las manos para entrar en calor, por la diferencia de temperatura entre lo templado del local y el fresco mañanero.

Lentamente salimos del parador, mientras el conductor con mucha atención observaba el momento oportuno para entrar a la ruta. El lugar tenía mucho tránsito de camiones, debido a un cruce que existía. Comenzamos la marcha, y tras el cruce de rutas, otra vez se repitió la maniobra de los cimbronazos por otro paso a nivel ferroviario. De ahí en adelante y con luz de día, lo único que varió el ambiente fue la música que emitía la transmisión de la estación: "Radio Ranquel de la ciudad de Río Cuarto". Salpicado con temas musicales, reporteaban a chicos (estaba próximo al festejo de Reyes) que contestaban, a la solicitud de pedido -Una paavita, un maatecito y una yerbeerita con un marcado acento cordobés, haciendo muy graciosa la entrevista.

Entredormido, divisé un vehículo que venía de frente, que encendía y apagaba sus luces. Al cruzarlo, acompañó un leve bocinazo con la de aire: era el primer servicio de Chevallier, que de Río Cuarto con destino a Buenos Aires, había salido a las 7 horas. Faltaba menos de 1 hora para llegar y, en forma repentina, comenzaba a hacerse sentir el verano: el clima ya no era como para refregarse las manos, era para abrir las ventanillas.

Un cartel indicador decía "Reducción", y enseguida recordé las historias que solía contarme mi abuela, bien cordobesa, de La Paz, del otro lado de las sierras. Contaba que en este lugar había un fortín y dentro del mismo una capilla con un crucifijo y que, en la época de los indios, esa zona se la disputaban entre los "Ranqueles" y "Los Come Chingolos" (SIC). Los malones de los primeros eran muy temibles, por lo salvaje y el nombre de "Reducción" era porque por una cosa u otra no podían tomarlo, ni acercarse (en la fantasía antigua, decían que aparecía un jinete sin cabeza y los indios huían, o que aparecía un perro negro grandote que arrastraba una cadena).

Pasamos el pueblito a mano izquierda y su entrada era un boulevard que desembocaba en la capilla. Pude observarlo ya que nuestro ómnibus había reducido la velocidad, que retomó una vez que pasamos. Poco tiempo más y llegamos a un desvío a la derecha, donde había, un bar donde en la parte superior tenía un adorno, que era como un gaucho sentado, tocando un acordeón, por lo que se lo llamaba El Viejito del Acordeón. Ya había mas transito por estar en zona suburbana, el micro giró a la izquierda, y del mismo lado pasamos por el parque Sarmiento, se veía un pequeño ómnibus de la línea 2 que unía el parque con el hospital Regional, unos Chevrolet 1946, carrozados en Córdoba por Andreolli y D'allessandro.

La parte de atrás semejaba a la de los tranvías, con plataforma para bajarse de ambos lados, pero del izquierdo estaba cerrado con una tapa. El pintado era: la parte superior en crema, el cinturón negro y la sección inferior en rojo. Esta línea salía de banda Norte y terminaba en el otro extremo sur de la ciudad. En vez, la línea 1 salía del cementerio, extremo oeste de la banda sur y hacía un rulo en el extremo este. O sea, que no era un recorrido de ida y vuelta, si no que hacía un recorrido tipo semi-círculo.

Vista de uno de los ómnibus de la línea 2, con la puerta izquierda de la plataforma anulada. (Ilustración del autor).

Llegamos al puente carretero (que fue trasladado desde Alemania; se inició su armado en 1911 y fue inaugurado en 1913, tenía mas de 300 metros) no traía mucha agua el cauce del río, pero a mí me encantaba, con riberas de arena finita y el agua cristalina, con mucha corriente.

Giró en la rotonda (la que está frente al club "Estudiantes de Río Cuarto") y entró al casco de la ciudad, principalmente compuesto de casas antiguas, con sólo algunos edificios modernos de alto. Uno de ellos era el Hotel Río Cuarto de 7 pisos (Se inauguró el 17de Enero de 1953) que estaba frente a la plaza principal, frente a la basílica.

Lentamente dimos otro giro por las calles muy angostas, hasta que finalmente arrimamos a la plaza, enfrente del palacio municipal: allí terminaba el viaje (en la actualidad el predio de la plaza es ocupado por el moderno palacio de justicia). Río Cuarto era una ciudad que por su tamaño y población estaba más o menos en el cuarto lugar a nivel nacional... y no tenía terminal de ómnibus. Estos cordobeses...

Con mucha alegría divise a mis tíos y enseguida me hice notar agitando la mano por la ventanilla. Ellos hicieron lo mismo con mucha algarabía y entusiasmo.

La mayoría de los pasajeros bajaron. Esperando, como me habían enseñado, por seguridad para evitar las aglomeraciones, descendí y luego de abrazarme con mis tíos, le entregué el comprobante a mi tío, indicándole donde estaba mi equipaje.

Admirados por el emprendimiento que había realizado, nos fuimos acercando lentamente a donde estaba estacionado su auto:"El langostón", una voiturette Buick del año 1932 que, por su imagen, mi tío lo denominó así (por ser coludo y levantado en su parte trasera, como una langosta). Según me contaba, había pertenecido a un intendente de la ciudad, de apellido Mugica.

Debido al motor de 6 cilindros en línea y su peso recaía sobre el eje delantero. Como era del tipo deportivo (de dos puertas, dirección a la derecha y caja de tres marchas) no tenía bigotes, o sea avance al encendido y acelerador de mano. Era una hermosa pieza de colección, en cuyo frente se destacaban los dos grandes faros a cada lado de la parrilla vertical al frente del radiador convencional (en esos años había mucho tipo "panal de abejas") y tenía la innovación de tener unas persianas que se abrían o cerraban, según la temperatura del motor, que oficiaban de termostato.

En el final de cada uno de sus guardabarros de color negro se ubicaba la rueda de auxilio. El capot y el habitáculo estaban pintados de color azul de Prusia, la capota de tela color ocre con vivos marrones, y en la parte de atrás tenía una portezuela que al abrirla en sentido inverso a la de un baúl, se convertía en el respaldo de un asiento para dos plazas más.

El motor era impresionante, de color negro y con bomba de agua lateral. Seis cables que partían del distribuidor desaparecían bajo una tapa horizontal que cubría las bujías. Esta disposición hacía que ante cruces de badenes se comportara como un Diesel. Viví ese tipo de experiencias, con 6 ó 7 años en oportunidad de una inundación, después de una tormenta, en Villa Mercedes, San Luís cuando fuimos a visitar al hermano de mi tío, que pertenecía a la planta de la Base de la Fuerza Aérea, donde tenían asentamiento los bombarderos cuatrimotor "Avro Lincoln".

El recordado "Langostón", viejo compañero de mis vacaciones en Río Cuarto (Ilustración del autor).

Todo el mes de Enero y parte de Febrero la pasé de maravillas con mis tíos, porque yo era el sobrino preferido y para todos los conocidos: El de Buenos Aires, que chico tan educado.

Fui con mi tío, o con los dos, infinidades de veces al río. Compartí salidas con amistades en estancias, de campos de la zona. Presencié la pobre agonía de un cerdito "mamón", que era muy juguetón (pero como trofeo medieval, cuando lo saborearon, no se acordaron de su temperamento).

Compartí numerosos asados, jugadas de Chinchón, Escobas de 15, Loterías, generala y, en secreto, hasta aprendí a jugar al "Siete y medio". También me llevaron al cine, ya sea al Plaza (frente a la plaza principal), al Avenida o al Roca, situado en el Boulevard del mismo nombre, que nacía frente a la estación del ferrocarril (se inauguró en 1885 y por allí corría el tranvía a caballos, el primer transporte público que tuvo la ciudad).

A mediados de Febrero, vino mi mamá a buscarme en compañía de la quinceañera de mi hermana, que prefirió estar en los bailes de carnaval, pero se perdió las diversiones que tuve (sin contar lo del chanchito, desde ya).

Para el viaje de regreso tuve un golpe muy bajo. Mi madre no consiguió pasaje en micro porque estaban agotados. Ni de día, ni de noche. Yo no salía de mi asombro y no podía encontrar explicaciones, eso quería decir que la única forma de volver era en ferrocarril, y así fue.

Salimos a las ocho de la mañana en un tren larguísimo, lento y tuvimos innumerables problemas. Con locomotoras a vapor que se descomponían a cada rato y, para completarla, se detenía en cuanto pueblito con estación existiera y además al domingo siguiente, 23 de Febrero de 1958, se desarrollaron las elecciones para "elegir" presidente.

Estos comicios fueron los primeros luego de ser derrocado Perón como presidente constitucional por "La Revolución Libertadora" del General Pedro Eugenio Aramburu y el Almirante Isaac Rojas (después de algunos años pude entender la muerte del principal General que gestó el derrocamiento de Perón, el General Lonardi. Nunca estuvo claro porque se murió, pero de alegría no debe haber sido).

En cada detención, teníamos que escuchar expresiones con mucho fanatismo para conocer la orden dada por Perón al estar proscripto (esa sí que era una democracia sana y participativa...): había que votar a Frondizi .Entre charlas políticas y locomotoras que parecía que en vez de ponerle carbón quemaban pasto húmedo, llegamos a Retiro, a las 22 y 30.

Dado el fervor político y la cantidad de pasajeros que traía, sumado a los equipajes que se transportaban por tren, se me antojó parecido al Arca de Noé, no por la madera, sino porque si ese tren no trajo elefantes, realmente le pegó en el poste...

Pero yo pensaba en mis micros y en la aventura vivida. Qué lindo era el olorcito a caucho caliente que despedían los neumáticos en las paradas intermedias... ¿No?

Juan Carrizo

Abril de 2008

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