Recuerdos de los Mack C-41 Rosarinos.

Esta nota tiene una génesis fuera de lo común, pues no fue escrita por ninguno de los integrantes del staff ni requirió de investigaciones históricas: ha surgido de la memoria de uno de nuestros visitantes y nos fue enviada mediante un e-mail.

Hemos recibido muchísimos e-mails con relatos e historias personales, pero este relato se nos presentó especial, pues nos sentimos transportados en esos ómnibus que Jorge Mansilla, el autor de esta nota involuntaria, recuerda con tanto cariño.

Resolvimos publicarla tal cual la recibimos, con la única supresión de los encabezados estilo carta que acompañan a todo e-mail y con algunas pequeñas correcciones de estilo. Tampoco verificamos los datos históricos y fechas que aquí se vuelcan, pues queremos que el relato se conozca tal cual llegó a nuestras manos. Las corrigendas históricas, de hacer falta, se harán en una nota aparte.

Lo único que agregamos son las fotografías y sus correspondientes epígrafes, que sí son de nuestra autoría y sabemos que alegrarán al autor, pues nos las había solicitado especiamente. De corazón, esperamos que las disfrute. Y que a su vez todos disfruten de sus recuerdos.

Tengo 62 años y soy rosarino -pero vivo en Catamarca, desde donde escribo- es decir que he conocido al Volvo y al Leyland, grandes, cuadrados, frontales y marrones. Que los manejaba Tarzán o alguien similar, pues eran servo-nada. Tendría yo cinco años, tal vez, y los veía pasar bramando por el frente de mi casa. Eran, sin duda, viejos. Pero nobles.

Un buen día, mis padres me llevaron a pasear por una zona no habitual para nuestras salidas y recuerdo -vagamente- haber visto a mucha gente. ¿Una fiesta cívica?, puede ser. El hecho es que esa fue la primera vez que "lo" vi. Su librea -estoy usando una palabra que aprendí del sitio- consistía en un techo cremita, casi blanco, que llegaba hasta la altura de las ventanillas y en su frente una "V" curva, azul hacia abajo y hacia los laterales de su carrocería. Me dijeron: mira el ómnibus nuevo, Jorgito y yo miré. Era unamaravilladeprecioso.


Uno de los Mack C-41 rosarinos, fotografiado apenas bajó del barco que lo transportó a nuestro país. La diferencia cromática entre el techo y la sección que rodea las ventanillas nos indica que no todo su techo era de color crema: suponemos que el color más oscuro era plateado, omitido en los recuerdos que nos brinda este relato. (Foto: Archivo General de la Nación).

Los años empezaron a transcurrir y mi madre -a quien yo acompañaba de chico, claro- me subía al tranvía para hacer sus diligencias en el centro. ¿Sería más barato que el ómnibus?, no lo sé. El hecho es que le perdí el rastro en mis recuerdos a aquella belleza.

Mi padre era un técnico-artesano de los de antaño. En casa había un taller con las herramientas de casi todos los oficios. Así era él y así me contagió a mí: siempre supe que estudiaría una carrera técnica.

Volvamos ahora al hilo conductor de este escrito. Un buen día -ya de mocito- fui al centro y lo tomé. Pasaba por la esquina de mi casa. Siempre lo miraba con afecto y respeto. Ahora lo iba a sentir. Hasta su marca era sonora y tenía presencia verbal: ¡Mack!


Vista frontal de un coche afectado a las prestaciones de la línea "C". (Foto: publicación desconocida - Colección Pablo Esteve).

Subí y quedé maravillado por el lujo asiático de su entorno interior. Era la primera vez que lo auscultaba críticamente; por ejemplo, veía cómo estaba resuelto el espinoso tema de los asientos sobre las ruedas: tenia un asiento triple por sobre las delanteras y doble sobre las traseras.

Cuando bajé ya tenía mi primera composición de lugar: Frente tipo cara de águila, con mirada penetrante, ojos grandes y muy bien resguardados debajo del "arco superciliar" de la carrocería.

El conductor estaba sentado en un sitial escueto pero pleno de funcionalidad. Su asiento estaba sujeto por un tronco sólido de fundición que le permitía acomodarlo a sus requerimientos físicos. El diseño de ese pequeño asiento no le impedía, en absoluto, el menor movimiento a la par que lo sujetaba con total firmeza y comodidad.

A su izquierda, una hilera de pequeños pero muy accesibles botones cromados -que se levantaban para su posición de "On", no se oprimían- comandaban las muy numerosas luces y otros controles que nunca pude descifrar. También la pequeña palanca de accionamiento de las puertas.

El volante era una maravilla de pasta negra, brillante y lustrosa, de tres rayos, que jamás tuvo una cachadura pero sí malos tratos. Estaba ubicado en relación con el conductor de un modo tan elegante que era un placer verlo conducir en las curvas.

Una cosa que de mocito me sorprendió muy vivamente, es que tenia solo dos pedales para accionar tan sólo con el pie derecho. Ambos estaban pivotados desde el piso, eran de un diseño enterizo, rayados a lo largo. El que estaba más lejos del volante estaba más inclinado, siguiendo la posición del pié del chofer.

Mis profesores de la Escuela Industrial a la que asistía en ese entonces y mi padre seguramente, me explicaron la razón: tiene embrague automático, no se lo debe accionar con ningún pedal.

Pero… esa era la mitad de la verdad. La otra maravilla es que su caja de velocidad era también automática y sin posibilidad alguna de que sea accedida. Es decir, no era dual: o automática o nada.

Ello hacía que su arranque haya sido lo más parecido a la perfección: un acelerar de motor y, sin abandonar ese régimen de revoluciones, un vehículo que iba ganando velocidad, sin prisa pero sin pausa.

A veces, cuando la tapa de la parte trasera se abría en el caluroso verano rosarino yo me animaba a acercarme al estar detenido -ya explicaré la prevención- para mirar su motor. Era una maravilla trasera y transversal en la que se leía en los múltiples de admisión o de escape, en letras fundidas, Mack Lanova. Cuando pasó el tiempo y me enteré de la existencia del mítico "Arias Paz", el Libro Gordo de los vehículos, supe que Lanova era una referencia a las tapas de cilindro de ese modelo, cuyo diseño lograba un mejor encendido del combustible diesel que usaba.

La refrigeración de ese motor requería de un líquido especial, ¡tan común en la actualidad! que, entre otras cosas, tuviese un punto de ebullición mayor que el del agua, porque ese motor calentaba… La economía en la explotación del servicio y la falta de apego a las normas, tan típicas en nuestros prestatarios, especialmente los oficiales, hacía que los pobres Mack fuesen cargados sólo con agua.

Y ese era el peligro y el origen de mis previsiones: la tapa del tanque de agua estaba atrás y a estribor. A la derecha del conductor, es decir ¡del lado de los usuarios que iban a abordarlo! Y en las siestas rosarinas el motor hervía y venciendo la hermeticidad de la tapa del radiador lanzaba bocanadas de agua hirviendo -sabemos que a más de cien grados puesto que la presión era más de una atmósfera cuando la tapa estaba cerrada. Sentado en la parte posterior del vehículo, cuando tal accidente ocurría, he sido testigo de serios accidentes entre las personas, alcanzadas por el inesperado chorro, en las estrechas veredas del centro.


A medida que pasaron los años, la presentación de los Mack fue cada vez más deslucida. Sufrieron el destino de buena parte de los vehículos administrados por empresas estatales: su paulatina degradación. (Foto: Colección Pablo Esteve).

Nunca supe de que material estaban hechas las alfombras de los pasillos. Jamás se gastaron. Los pasamanos, colgados del techo, tenían una construcción monolítica. Eran unas muy sólidas prolongaciones de la estructura del vehículo.

Las ventanillas eran de elevar, con trabas en los marcos y un par de irrompibles mecanismos, a cada lado del vidrio que se izaba y fijos en él, que perduraron toda la vida útil de la unidad y deben seguir haciéndolo en los cementerios en donde se encuentren ahora. (N. de la R.: ¡Ojalá hubiera aún ómnibus Mack en los cementerios, para poder estudiarlos mejor! Desgraciadamente casi todos fueron desguazados, salvo (al menos) tres honrosas excepciones, una de las cuales toca de cerca a este relato).


La desidia y la falta de repuestos, además de algunos accidentes graves, sellaron el destino de buena parte de los Mack de La Mixta, que se convirtieron en fuente de repuestos para los que aún funcionaban. (Foto: Publicación desconocida. Colección Adalberto Nogués).

Los vidrios eran de dos o tres capas pegadas, nunca lo supe. Lo que sí recuerdo con precisión es que muchas veces se veían vidrios de ventanillas rotos pero rígidos, típico de los vidrios múltiples y pegados, que se rompen cada cual por su lado.

Un párrafo destacado y aparte para un elemento menor: la campanilla. Esta era de un sólo toque: una especie de finísimo gong eléctrico, de un sonido penetrante e inconfundible, imposible de que pasase inadvertido. Se accionaba tirando de un par de cordones, uno por cada banda, que corrían a lo largo de la unidad y soportado por pasadores tan frecuentes como uno por asiento. La campanilla jamás dejó de sonar y el cordón, aunque gastado, jamás se cortó.

Los asientos para los pasajeros eran a imagen y semejanza de los del conductor: escuetos, firmes y anatómicamente perfectos. Iban sujetos de un lado por la carrocería y del lado del pasillo se apoyaban sobre unos casi inadvertidos pedestales de chapa. Estos eran tubulares y su sección transversal era achatada y con extremos redondeados.

El asiento "de atrás" era enterizo, un poco mas elevado que el resto pero…. el estar ubicado sobre el motor trasero lo hacía una especie de sucursal del infierno.

Nunca supe si era verdad, ¡y cómo me gustaría saberlo!, lo que decían. Se comentaba que de fábrica tenían calefacción y que la misma se distribuya por unos conductos que, a lo largo y muy visibles, corrían por los ángulos diedros que a cada lado se forman entre el techo y ambos laterales. (N. de la R.: así era, en efecto).

El espejo de la puerta de atrás, grande, límpido y convexo, informaba al conductor tanto acerca de si ya había bajado el pasajero como si aún quedaban más para descender. Las puertas, de cuatro hojas fueron las primeras accionadas por aire comprimido que veía el público rosarino.

Mi lugar preferencial para viajar (cuando lo conseguía, claro) era en el asiento transversal de babor, es decir del lado del conductor e inmediatamente detrás de él, para verlo en acción. Confieso, no sin un dejo de vergüenza… que yo manejaba.

Las plantas motrices de los Mack se hicieron viejas, no así sus carrocerías. En un intento por seguir usando esas tan nobles unidades se las dotó de nuevos motores… de otra marca. Eran Magirus Deutz. Y, tal como se esperaba, resultaron engendros lastimosos. Un problema que jamás se pudo resolver -quiero pensar que con los recursos de esa época- era el relativo al accionamiento de los cambios de marcha desde proa hacia popa. Tal parecía que la unidad se movía accionada por el chofer en sus ineficaces intentos por cambiar de marcha… a la manera de un dantesco remociclo…

Hubo un último Mack. Tal vez aún se conserve. Lo habían restaurado casi a nuevo, conservando todas sus características técnicas, puesto que se lo empleó como escuela de conductores de trolley buses, los que a la sazón, son los más parecidos a él en materia de requerimientos conductivos.


Suponemos que para sorpresa del autor, ese ómnibus utilizado como coche escuela aún goza de buena salud, aunque convertido en casa rodante. Tras su radiación de la empresa Municipal de Trolebuses rosarina, fue adquirido por un particular que, pese a transformarlo en una acogedora residencia, conservó buena parte de su fisonomía exterior y casi todo el revestimiento interno original. Según su orgulloso dueño, fue el primer trabajo realizado por Carrocerías Lucero, a comienzos de la década de 1970.


La vista delantera lo muestra con la decoración actual y la trasera con la que utilizó hasta fines de la década de 1990. Cabe acotar que conserva la planta motriz original, la cual fue reparada con repuestos traídos especialmente desde los Estados Unidos. (Fotos: Vista delantera: Marcelo Faggioni - Vista trasera: Alejandro Scartaccini).

Este inolvidable ómnibus -así se lo llamaba- fue reemplazado por otra prestigiosa unidad: el Leyland. Si bien esta casa inglesa proveyó equipos de su habitual calidad, que muy gallardamente y sin inconvenientes abastecieron la finalidad de su cometido, jamás pudieron hacernos olvidar del Mack, pero no sólo por el afecto que los reemplazados se habían ganado en buena lid…¡sino porque los Leyland fueron carrozados por Decaroli siguiendo fielmente los planos de la carrocería de los Mack!, feliz decisión que los hizo herederos de las bondades del diseño copiado.

Este nuevo ómnibus, muy recio y bien construido, fue el último de los de tamaño grande antes de la irrupción de los medianos, primeramente de la marca inglesa Bedford y luego de la afamada marca alemana Mercedes Benz. Y estos, a su vez y a su tiempo, reemplazados por los nuevos grandes, en la medida en que sus usuarios se incrementaban.

Lo que más recuerdo del Leyland que mencioné era su singular caja de velocidad, accionada con aire comprimido y comandada desde una muy elegante torrecilla de aluminio fundido a la derecha del conductor, habitualmente con su mano apoyada sobre el negro pomo esférico. De las cuatro marchas hacia delante, la más divertida era la primera, corta como casi inexistente y "brincadora".


Dos de los Leyland Royal Tiger carrozados por Decaroli Hnos. en servicio, al menos el primero, en la desaparecida línea "F" de la ciudad de Rosario. Obsérvese el llamativo parecido con los Mack C-41. (Foto: Publicación desconocida. Colección Pablo Esteve).

Recuerdo que tal reemplazo, o al menos el carrozado de los chasis ingleses, se produjo en el año 1957 puesto que uno de mis compañeritos en la Escuela Industrial... ¡era de apellido Decaroli! y siempre, para mandarse la parte, nos contaba cómo iba la cosa con ese trabajo de carrozado en la empresa de su papá y contaba, para nuestra envidia, que había manejado un par de metros uno de esos chasis…

Estimados amigos, ignoro si estas líneas servirán para algo, pero les digo que han sido una inigualable catarsis para mí.

Jorge Mansilla

Revisada y adaptada por Alejandro Scartaccini - Septiembre de 2006.

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