Memorias de los Pioneros del Transporte en la Costa Atlántica

Prólogo - Por Alejandro Scartaccini

Esta nota no tiene su génesis en el equipo de investigación del sitio ni tampoco es un estreno absoluto, pues su autora, Adriana Pisani, nos cedió los frutos de su investigación y entrevistas realizadas para un libro de su autoría, llamado Desierto de mar - Historias de Otros Tiempos en las Playas de Ajó, editado en 2007.

Lo llamativo del caso es que la temática del libro iba a centrarse en la gran cantidad de naufragios que hubo en la zona y no en los transportes de pasajeros sobre ruedas. No me puedo imaginar lo que Adriana hubiera logrado si el objetivo principal de su búsqueda hubiera sido el transporte por carretera...

Con paciencia y constancia rastreó a aquellos pioneros aún vivos, que pudieran brindarle los testimonios de aquellos (no tan) viejos tiempos, en donde un viaje a las playas de la Costa Atlántica no era lo que hoy podemos disfrutar, si no que estaba más cercano a los avatares y desventuras del famoso Rally Dakar que a un viaje de placer con el mar como destino.

Publicamos los testimonios tal cual fueron obtenidos. Saltearemos, de haberlas, las inexactitudes históricas que pudieron "colarse" pues preferimos publicar las entrevistas SIC, sin modificar en nada los recuerdos brindados por los pioneros. Es sabido que la memoria puede ser falible, pero preferimos "dejarla ser", por simple respeto a las personas que ofrecieron tan gentilmente sus historias de vida.

Personalmente puedo decir que las crónicas lograron que me sienta transportado en esos viejos y sufridos micros, que me enterrara hasta los tobillos en el barro para desencajarlos, que viajara parado más de 12 horas o que por las ventanillas admirara las playas, cuando eran utilizadas como ruta a falta de un camino en condiciones para ir "por adentro".

Los invito a acomodarse en su butaca y prepararse para el viaje y, si le tocó ir parado, agárrese fuerte. ¡Ah! A Adriana le quedó una asignatura pendiente: no pudo conseguir ningún testimonio de la época, de un chofer de la recordada Costera Criolla. Si alguien pudiera brindar un contacto, bienvenido será...

El famoso interno 110

Todos los hombres y unidades de las empresas de transporte de pasajeros que fueron pioneras en estos caminos, deberían tener un reconocimiento especial.

Quizás por trayectoria histórica desde 1897, la galera y luego el “yipón” de los Dávila escribieron su página de gloria en estos inciertos caminos bonaerenses, pero también el “famoso interno 110” de la empresa Río de la Plata, aún hoy es recordado por tantos pioneros.

Domingo Alberto Manzo, que fue su conductor, tiene además por tradición familiar una historia arraigada a las primeras épocas y desarrollo de estas zonas balnearias.
Con una excelente disposición para estos recuerdos, me recibió varias veces en su casa de Villa Gesell para relatarme una historia que no puede quedar en el olvido.

Dicho también por muchas personas el 110 primero fue 10. Era un coche especial; Pereyra y yo éramos los dueños, dos partes él y una yo. Era un canadiense (N. de la R.: era un Ford de origen canadiense, uno de los famosos "camiones guerreros" que había sido carrozado como micro) que cuando lo trajo la Río de la Plata vino un componente de la empresa de apellido Barba, yo era su acompañante.

Una vez se encajó y no podía poner la primera. Era pleno invierno y en ropa interior me tiré abajo del coche en el agua, a las seis de la mañana... en una mano llevaba el cardán y en la otra los tornillos y la llave. Como Barba no podía sacarlo, le pedí que me dejara a mí, puse dos personas que descalzaran un poco las ruedas de adelante y lo saqué. Lo cómico fue que llegué manejando en ropa interior y un pasajero me tuvo que prestar ropa.

Al poco tiempo Pereyra y yo compramos el 110. Tenía un buen motor, un Ford 500 ó 600 con seis u ocho cilindros. Usábamos gomas grandes y cuatro cadenas canadienses, del tiempo de la guerra, fuertes. Tenía un malacate pero se lo sacamos, si lo enganchabas en algún alambrado arrancabas mil metros…

El curioso coche 110, un "Guerrero"de Ford domesticado por un carrocero que no hemos podido individualizar. (Foto: Domingo Manzo - Archivo Adriana Pisani).

Con un relato pausado como quien quiere rescatar cada detalle del pasado y revivirlo con las palabras más exactas posibles, Domingo contaba -hacer un viaje te podía llevar cualquier cantidad de horas. Yo llegué a tardar veinticuatro horas, sin parar y sin encajarme viniendo por el Canal 15 que era el único camino que quedaba. Cuando venía llegando iba por la playa y me dormía, veinticuatro horas manejando, la tensión era bárbara, con cadenas, no había dirección hidráulica, ni tiempo de descanso, nada. Yo aprendí andando en los caminos…

El Canal 15 salía a once kilómetros de Lezama y ahí la ruta dos por asfalto hasta Dolores, después no había nada de asfalto en los caminos que yo andaba.

Los micros que venían de capital trasbordaban en Dolores cuando había llovido y los pasajeros tenían que esperar que yo los llevara. Si no había problemas en el camino seguían con el mismo coche.

En Conesa paraba en el hospital, el único lugar en donde se subía y bajaba gente. No había un lugar comercial de bebidas ni nada. Después de eso parábamos en El Centinela, el único lugar más o menos decente que podías quedarte a dormir si era necesario. Después Lavalle y a mí, cuando estaban mal los caminos, me tocaba hacer San Clemente, pero no gran cantidad de veces, en emergencia, si no era a Mar de Ajó, donde estaba la cabecera…

Si iba a San Clemente era porque no había otra forma de llegar, o cuando había alguna necesidad. Como el camino era aconchillado, podían llegar otros coches.

Como tentando mi lógica curiosidad Domingo me preguntó ¿Querés que te cuente un viaje normal? Salíamos de Mar de Ajó con doble tracción porque eran dieciocho kilómetros por la playa hasta Santa Teresita. Si el mar estaba bajo era un fenómeno, si estaba crecido y no había playa íbamos por detrás de los postes de luz.
Cuando llovía mucho, en Santa Teresita me dejaban entrar en la usina que tenía un galpón grande. Metía el coche bajo techo y ponía las cuatro cadenas porque de Santa Teresita había que salir encadenado.

Llegando a Lavalle era bravo y ahí esperaba la gente en la vereda a cualquier hora porque los horarios no existían. Paraba y descargaba diarios, remedios, cualquier encargue y la gente esperaba, no había otra atracción.

Cuando salía de Lavalle, la parte aconchillada del camino era firme. Se sacaban las cuatro cadenas y el cardán delantero que daba tracción en las cuatro ruedas.
Lo que me enseñó Pereyra para hacerlo rápido lo teníamos con dos tornillos y antes de entrar a los lugares críticos, el acompañante se bajaba y ponía el cardán con los tornillos cruzados. Por esa ruta aconchillada se llegaba a Conesa y para entrar allí otra vez había que poner el cardán y las cadenas.

Algunas veces yo salía a las seis de la mañana y cuando regresaba a cualquier hora de la tarde, sólo estaban mis huellas, no se transitaba mucho, estaban los Dávila desde Dolores…Dávila andaba con el Ñato Pérez…Giménez…

Al salir de Conesa había que hacer lo mismo, sacar nuevamente las cadenas porque hasta Esquina de Crotto era aconchillado. En Crotto había un puente que aún está en pie. Yo paraba arriba y ponía el cardan y las cuatro cadenas porque esos veintisiete kilómetros hasta Dolores eran terriblemente bravos y al llegar a Dolores se sacaban, para entrar a la terminal que era en el Hotel Vega. Allí era el tiempo de comer un sándwich de jamón y queso con una gaseosa y, mientras bajaban los pasajeros y equipajes, se cargaba nuevamente el coche con correspondencia, películas de cine, etc. Yo me volvía a sentar y salía otra vez, era lo único que había…
Siempre iba lleno. Sentados iban veintidós pasajeros, pero también viajaban parados, a veces ni podía abrir la puerta.

Ni tiempo de descanso había. A veces he llegado con barro hasta el techo y en Mar de Ajó tenía la llave de la YPF de Traverso para lavar el coche. Una noche llegué con una hoja maestra trasera rota, y era un cascote del barro que tenía, serían las dos o tres de la mañana. Yo tenía la llave de la herrería de Cerrutti y había una hoja de elástico sin hacer: prendí la fragua, hice la hoja (era un elástico respetable) lo armé y a las seis de la mañana el coche estaba listo para salir sin haber descansado y muy raras veces me reemplazaba mi cuñado Pereyra…cualquiera de los dos teníamos la capacidad para hacer estos viajes, él era el dueño del coche, pero no iba siempre, si tenía que viajar lo hacía

Con la complicidad de la experiencia vivida en esos caminos Domingo aclaró Eso era lo fácil, en el otro viaje en Conesa había que viajar por el Canal 1 y el canal no es un camino, tiene compuertas cada tanto y por el ancho, tenía que tener el micro con una sola rueda grande en lugar de duales porque no daba el ancho y embocar los puentes era difícil.

Un día no podía subir, porque había estado encajado otro y había roto la entrada. Luché, puteaba, ya me conocían todos, no podía embocarlo. Lo puse en primera de baja, lo arrimé a la baranda y arranqué. Fui rozando el puente, rompí las chapas, pero pasé. Ahí no te iba a auxiliar nadie y no había más remedio, para atrás no podía dar vuelta, lo rompí consciente.

Podía hacerse el mismo viaje por el Canal 9. Los Dávila venían por abajo y tardaban cuatro horas en un tramo de veinte kilómetros, mientras yo venía por arriba. A una parte del camino le faltaba el borde (si te desbarrancabas, ahogarte era seguro). Todos me tenían sentenciado a que yo iba a desaparecer en el canal porque era el único que pasaba, pero había estudiado como pasarlo: entraba cruzando el coche del lado que faltaba la baranda, de cola y cuando se enderezaba lo cruzaba para el otro lado.

En esos caminos, como dice Domingo, te hacías bueno o vivías encajado. La gente me defendía, porque iban tranquilos y preferían viajar conmigo. Yo andaba fuerte, pero sabía lo que hacía y nunca tuve un accidente. Los otros días acá alguien recordaba que decían “si no viaja Manzo, no viajo”. Tenías que tener sangre para andar por esos caminos, un tipo pacífico no hubiese andado en ese trabajo.

En una época de inundación los almacenes de campo se habían quedado sin mercadería y los pasajeros iban detrás mío y me daban mate, torta, masas, comía lo que me daban, me daban los cigarrillos prendidos… Y hasta recordó a un chofer de El Alba llamado Simón que, por prenderlo, volcó.

Tiempo después, con el 110 comenzó a hacer el viaje de General Madariaga a Villa Gesell -Cuando se hizo el asfalto se terminó el problema, cuando llovía hacíamos trasbordo de Madariaga hasta Gesell; cuando empezaba a llover empezaba a viajar, al llegar a Madariaga a lo mejor había cuatro coches de los grandes y yo iba y venía hasta traer a la gente. ¡Qué horario ni nada! Cuando llovía se viajaba todo el día y toda la noche.

Al llegar a Madariaga se terminaba el asfalto y la posibilidad de llegar, entonces si sentía que empezaba a llover a las doce de la noche, salía. Neville y Guevara hacían de General Madariaga a Mar de Ajó...

Además, condujo el interno 20 de Río de la Plata era más grande y especial, no tenía doble tracción, caminaba ciento treinta kilómetros. Era un Ford 900 con un motor inglés de ocho cilindros.

Suponemos que éste fue el coche 20 al cual se refiere Domingo Manzo, un imponente Ford carrozado por Gerónimo Gnecco. (Foto: Autor desconocido - Colección Carlos Achaval).

No faltó el recuerdo para otros pioneros del transporte Parini viajaba de General Madariaga a Pinamar con canadienses o Antón, que era importante en la zona. Por supuesto, también la Río de la Plata…

Domingo tiene muchísimas anécdotas surgidas de sus innumerables viajes Cerca de la Estancia Santa Clara había un pantano que no se podía pasar, te abrían la tranquera y pasabas al campo por un corral de hacienda…cuando hacíamos las excursiones por playa desde Mar de Ajó a Pinamar y a veces hasta Villa Gesell, muchas veces me quedé a dormir bajo el coche esperando la bajamar.

Esas excursiones se hacían con vehículos canadienses doble tracción y motores muy poderosos. Mi cuñado Pereyra le ponía lo mejor…con esas camionetas hacíamos viajes puerta a puerta desde y hacia la costa. Al llegar a capital siempre algún pasajero que conocía las calles me armaba el itinerario para no perder tiempo, la gente era amable, ayudaba…

Cuando había alguno encajado en la playa con Pereyra los sacábamos de adentro del mar con criques de carro, pesadísimos que levantaban bien. Era un trabajo bravo, pero sacamos varios micros del mar…

Una vez viajaba desde Villa Gesell a Pinamar para ir de regreso a Mar de Ajó y en el llamado Codo del Rosario , estaba el avión de Frondizi encajado y me pidieron que ayude a sacarlo, atrás mío venía mi cuñado, que tenía más experiencia en eso. Al final, tuvieron que pedir un tractor oruga.

Pero también hay otros recuerdos menos gratos como, por ejemplo, cuando trasladaban algún cuerpo con o sin los familiares ó relatos tristes, cuando había que llevar un enfermo a Madariaga y más aún si eran niños. Intentando llegar de Mar de Ajó a Pinamar como el camino a General Madariaga estaba cortado tuve que ir por la playa. Llevaba a una chica de trece años, de Mar del Tuyú. Recuerdo que tenía un camisón floreado, vino en un quejido todo el viaje y la dejé en el hospital. Al día siguiente fui a preguntar como estaba y me dijeron que había fallecido. Todavía la siento….

Otra vez llevaba a Pinamar a un matrimonio con su hijito, ella decía que se moría y el marido aunque le decía que no, me miraba asintiendo, el mar estaba crecido, el jeep recalentaba y tuve que parar, en la desesperación la mujer con su hijo en brazos salió corriendo hacia los médanos y tuvimos que traerla de regreso.
Cuando llegamos, el Doctor dijo que hacía media hora había muerto. Llevé a los padres a una hostería porque por la crecida del mar no podíamos seguir y al nene a General Madariaga a la casa velatoria Sáenz. Luego, volví a buscar a los padres a Pinamar…

Domingo siempre reitera con lógico orgullo, una vez que no manejé el 110 se quedó y tuve que ir a buscarlo, pero yo no me encajé nunca…en Villa Gesell había uno con una moto niveladora que sacó a todos, menos a mí...

Su último acompañante fue Ángel Dinnucci, que un tiempo atendió la oficina de pasajes en Santa Teresita. También recordó a Melgarejo, que era dueño y hacía el servicio desde capital y especialmente me dijo si este libro llegara a Romerito me gustaría contactarlo…si nombrás al 110 y que Manzo quiere verlo…

Al dejar el transporte fue maquinista en la Usina. Cuando ésta cerró compré el primer camión y me hice arenero, mi padre era famoso facturando cerdos y yo acá tuve una fábrica de chacinados…el trabajo me trajo acá, pero después me gustó, con Don Carlos (Gesell, N. de la A.) me llevaba muy bien, yo le aconchillaba el barrio norte. Pereyra le compró la línea local a Don Carlos.

Durante diez años corrió en los médanos corría y ganaba, desde acá a San Clemente en todos los circuitos que se hicieron gané. Tenía dos mecánicos que eran acompañantes míos. Se corría cerca del Paseo 141, después cambiaron a Barrio Norte.

Domingo tiene una distinción del Rotary Club de agosto de 2001 en recuerdo a su “exitosa participación deportiva” y un reconocimiento entregado en el año 2002 como pionero con una frase aparentemente de Don Carlos Gesell, que para él también expresaría su propio sentimiento “Nunca tuve dificultades con la arena, pero sí con la incomprensión de los hombres

Casi al concluir la entrevista Domingo me señaló un cuadro, de su padre, Pascual: era muy guapo, con siete hijos hacía de todo, lo que sea trabajo, todo. Y la historia se repite en la tercera generación: mis hijos son maquinistas. Lo que hizo el abuelo en el año 1928 lo hacen actualmente ellos...

Sobre La Central y El Rápido Argentino

Entrevisté a José Giménez en su casa de Dolores, en una charla emotiva y muy gráfica de aquellos caminos y viajes interminables.

José trabajaba en la herrería de Merino, que estaba ubicada en calle Olavarría y un 27 de diciembre venía de trabajar y estaba Roberto Dávila afuera con el colectivo Dodge de veinticuatro asientos. Sabía que yo hacía carrocerías y me consultó si yo quería hacer los buches de madera para llevar las valijas en el Dodge.

Mientras iba a San Clemente a boxear, donde mi hermano mayor organizaba festivales, miraba como manejaban. Cuando llegaba , me quedaba en el taller, engrasaba y hacía mecánica ligera. Los hermanos Dávila se iban a almorzar y, mientras, levantaba el coche de adelante y me quedaba a practicar como lo había visto a Petunchi. Después estuve mucho tiempo con él. Un día, Roberto me dijo si quería empezar a viajar y acepté…

José empezó en La Central el 28 de diciembre de 1956 conduciendo el famoso yipón. Estaba pintado de amarillo y rojo claro, a dos colores y con letras negras decía La Central. Era un camión canadiense de ocho cilindros que luego uno de los Dávila lo desarmó y lo hizo cero kilómetro. ¡Tuvo una paciencia...! Lo hizo tipo camión, todo a mano. El yipón tenía veintiún asientos de factura caseros y portaequipajes arriba, era un viaje familiar.

Tenía un malacate de cuarenta y siete metros de cable. Cuando nos encajábamos, nos agarrábamos a palos de teléfono y los arrancaba como si tal cosa. A los alambrados, se los traía a todos...

El Yipón en acción, con el barro al eje, metido en un barrial que hoy conocemos (y en la época ya lo era, aclaremos) como ruta 63. Esta era la condición habitual de transitabilidad, hace alrededor de medio siglo. (Foto: José Giménez - Colección Adriana Pisani).

En el yipón lo acompañaba el ya mencionado Ricardo Petunchi y el servicio era de Dolores a San Clemente. Tardábamos un día para ir a San Clemente. Parábamos en La Huella, entrábamos a Conesa y cuando lo empezaron a hacer, cambiamos a El Centinela. En Villa Roch parábamos si tenía que bajar gente o si veníamos muy cansados. Salíamos a las 6,50 de Dolores y llegábamos a San Clemente a las 21 horas…

De Mar de Ajó combinando la hora llegaba otro yipón, el de Juan Neville, una gran persona. Venía siempre por la correspondencia: salía de Mar de Ajó a la mañana con la correspondencia de Mar de Ajó, Mar del Tuyú y Santa Teresita hacia General Lavalle y nos encontrábamos en el correo de allí. Nosotros nos llevábamos la que él traía para Conesa, Lavalle y San Clemente y él se llevaba la nuestra. En La Central jamás le pedimos a ningún pasajero que empuje, a la gente no la molestábamos, ni sabían si bajábamos a controlar algo.

La Central desapareció entre 1961 ó 1962 y la Empresa El Cóndor mandó dos Mercedes Benz chicos para este trayecto y estuvo un tiempo. No sé que pasó, yo manejaba y nada más. Creo que eran los coches 304 y 305.

Eran dos micros. Uno quedaba de repuesto y yo llevaba de acompañante al finado Roberto Dávila. Salíamos un día y volvíamos al día siguiente.

Las oficinas de El Cóndor estaban en calle Buenos Aires y Vucetich en Dolores. Allí había un restaurante llamado El Cóndor en donde paraban, se guardaban los coches que quedaban de repuesto y había casas para hospedarse. En la otra esquina estaba la Río de La Plata, que iba por la playa desde San Clemente a Mar de Ajó. ¡Había cada guadales!...

Y no faltó la mención al interno 110. Ese siempre pasaba. La Río tenía coches comunes, pero ese tenía doble tracción y una carrocería especial para esa zona.

Para José, el coche que chocó el portaequipajes contra el muelle fue de la Río, pasaba siempre por el mismo lugar, pero ese día por la marea se levantó la arena y dejó medio techo arriba.

Cuando El Cóndor dejó de hacer ese servicio, la empresa Río de la Plata mandó dos coches Scania de cuarenta y cinco asientos, internos 22 y 49. El dueño de esos coches era Julio Gómez de La Plata y me enseñó algunas cosas.

En ese momento Río de la Plata ya había comprado a El Rápido Argentino y fue la empresa que luego hizo el servicio de Dolores a San Clemente del Tuyú. El Rápido Argentino era celeste clarito, más claro que el color actual y blanco y cuando lo compró la Río le puso también color rojo y una luz roja arriba como ellos tenían.

José es oriundo de Dolores y, mientras estuvo en La Central, vivía en San Clemente en calle 1 entre 18 y 19. Cuando comenzó el Rápido Argentino me fui a La Lucila y viajaba a San Clemente por la playa en una motito.

Los coches de El Rápido Argentino eran el 2 y el 9 y empezaron a hacer de Dolores a Mar de Ajó entre los años 1964-65.

Dávila podía extender la línea a la costa y se amplió, era la línea 220. La hicieron de La Plata a San Clemente y Mar de Ajó y otro ramal a Villa Gesell, aunque en un tiempo se intentó que el mismo coche hiciera ese recorrido. En ese momento me propusieron vivir en La Plata.

Ese servicio era todo el año ya veces no daban los tiempos. De La Plata se salía a las 7 de la mañana y se hacía hasta Mar de Ajó y otro servicio a Madariaga, Pinamar y Villa Gesell…

También hice de La Plata a Mar del Plata, pero la ruta era otra cosa, nada que ver.

José tenía una pericia increíble para conducir. Su esposa Emilia contó jamás se enteraba uno del cambio de choferes, pese al estado de la ruta, mantenía un andar impresionante y además pasaba donde los demás se quedaban. Jamás le puse las cadenas a las ruedas, que quedaron sin usarse. Había que tirarse en el barro a colocarlas...

Un día Miguel Rondinella, que estaba en La Plata en el galpón para entregar los coches y diagramar los viajes, me dijo: “Don Giménez le van a hacer compañía”. Le contesté que siempre iba acompañado, pero me respondió que “el gerente y el de la Río no pueden creer que mandan los coches de ellos y están una semana encajados, mientras usted va y viene todos los días en horario”. Pero esa vez no fueron y mandaron otra persona, yo decía pensarán que soy un loco o un fenómeno.
Yo tendría entre veinte y veintitrés años y copiaba todo, había un hombre grande que me aconsejaba.

Los Mercedes Benz O-140 con camello fueron la imagen clásica de El Rápido Argentino durante casi la totalidad de la década de 1970. Aquí, un ejemplar corto carrozado por El Detalle entre 1971 y 1972. (Foto: publicación desconocida).

Las paradas que se hacían en el servicio de larga distancia más o menos de diez o quince minutos. Eran en Chascomús, donde estaba la terminal, frente a la estación del ferrocarril y en Dolores dentro de la ciudad, en la esquina de El Cóndor. Después parábamos sobre la ruta, pero sólo a revisar gomas. Los cambios de chofer eran en Chascomús, Dolores, Pirán y Mar del Plata.

Sobre los caminos José reiteró que el llamado Camino de la Costa no es la ruta 11 actual. Salíamos de Dolores por la ruta 36 hasta 27 Kilómetros en la esquina de Crotto, que en 1956 estaba igual que ahora y era el peor tramo, el serrucho era peor que el barro. Agarrábamos la ruta 2 y llegando a Conesa para tomar la 11 teníamos que entrar como para ir a Conesa hasta dos cuadras antes del pueblo y, en ese punto, pasaba la ruta.

Bajando el puente del Canal 1, el de hierro de Villa Roch, seguíamos derecho y luego doblábamos para adentro. Ahora se dobla ahí nomás, era poca la diferencia pero no era la misma ruta que hoy.

El camino de los médanos era la misma ruta, desde Esquina de Crotto a la costa, que era llamado, justamente, “de los médanos”

Cuando llovía era mejor porque el barro no se pegaba ni patina tanto y si hay una huellita vas como por un tubo. Al coche lo llevaba lo más alegre posible, a veces se ponía totalmente de costado, el volante corría y si ponías la mano en el medio te la cortaba y el cambio debía ponerlo lo más arriba que pudiera.

En La Linconia había un destacamento de vialidad y en el tramo del cruce de Santa Teresita había un caminero que no recuerdo el nombre.

Mi compañero Feliciano Andrade que era de General Belgrano, se ponía las botas, pero como cábala para no encajarnos. A veces, él cortaba los alambrados y cruzábamos por el campo, pero estaba con las botas puestas como cábala.

Los fines de semana veíamos tres o cuatro micros de la Río que se quedaban, uno por acá, otro por el otro lado, desparramados y nosotros pasábamos.

En el cruce de Lavalle, entraba por el camino viejo, por los cangrejales, que es el que sale antes del cementerio (4 kms antes del pueblo N. de la A.). Yo les jugaba carrera, les decía "ustedes vayan por el camino nuevo y yo voy por el viejo". Yo llegaba y pasaba al otro día y ellos seguían dando vueltas. Conocía más los cañadones por abajo que por arriba del camino...

Un día en ese cruce había entre diez y quince colectivos encajados y yo, que iba con pasajeros, los fui pasando a todos y después seguí.

Ese coche de El Rápido Argentino lo agarré cero kilómetro. Después de tres años y pico los otros estaban partidos y Miguel Rondinella controló al mío. Ni tuvieron que cambiar la cinta de frenos, pese a que iba permanentemente en el barro...

Tenía un malacate en la trompa y yo tenía una palanca para aflojarlo. Además, como los alambrados no aguantaban, habíamos hecho unos tirabuzones con unos fierros largos y un cabezal soldado, hacíamos un pozo con una pala y lo enterrábamos al piso atándolo al malacate y así salíamos… ¡Si habremos volteado alambrados y palos de teléfono...!

Sobre las horas de descanso, José recordaba llegara a la hora que sea, al día siguiente a las 6,30 había que salir.

Fue inevitable preguntar por el accidente del micro Río de la Plata en el Arroyo Los Perros, en 1961. En ese momento, José estaba en La Central: ese puente está al sur del puente del Canal 1. Hay una curva grande y a la izquierda más o menos a cuatrocientos metros se puede ver el puente viejo. Era de madera y había que embocarlo, era muy angosto aunque pasaban dos coches. Cerca del puente estaba la casa de Marcolina Cuello.

Recordaba que el matrimonio Donadío-García Cuerva todos los días viajaba conmigo. No sé que pasó ese día, tal vez yo no tenía lugar…

En un viaje con Petunchi íbamos hacia Dolores y de frente venía otro micro embalado, pasamos juntos por el puente de Villa Roch, pero como se juntaba arena en el cordón, al pasar se rozaron las baguetas del techo.

En el puente de Aspiroz, venía de una curva y de frente tenía un micro, el coche se iba solo y había que dejarlo y sacarlo marcha atrás por la otra punta y encarar otra vez para pasar. Ese puente era resbaloso.

En Mar de Ajó tenían dos departamentos, enfrente del club que yo le dí de baja boxeando allí con Abel Laudonio e inauguré el otro club que aún estaba sin techar, también con Laudonio, en 1963.

En setiembre de ese año se publicó la exhibición de box que hicieron los hermanos Abel y Oscar Laudonio y que éste ultimo dio “lecciones a la muchachada”. José se dedicó al box por quince años como amateur. Mi última pelea fue el 27 de agosto de 1965.

Cuando dejó El Rápido Argentino en 1978, tuvo una línea de colectivo local en Dolores y actualmente hace viajes con un vehículo de la Municipalidad.

Me fui de su casa con la promesa de volver pronto y la certeza de haber tenido una charla tan apasionante que ni siquiera reparé en el tiempo.

Así fue y cuando regresé aún quedaban muchos recuerdos y anécdotas por contar. Como cuando condujo un coche incendiándose hasta el cuartel de bomberos en Mar del Plata. Salí a dar una recorrida y empecé a ver humo, traté de apagarlo pero era imposible entonces llegué manejando al cuartel de los bomberos…

Cuando tuvo pulmonía por tantos viajes …tirado abajo del yipón en el barro, poniendo las cadenas a las gomas. Las finas si el camino estaba más firme y las gruesas si las huellas eran más hondas. Había que ajustarlas bien, si no patinaban y se salían.

José también también nombró a la empresa Citymar. Era de Buenos Aires, los coches estaban pintados de celeste y blanco. Los muchachos me querían llevar a trabajar con ellos.

Quizás, lo más importante para él y su familia sean los reconocimientos afectivos. Como representante de San Clemente del Tuyú en boxeo, el Grupo de Familias Pioneras de esa ciudad, que desde 1995 agasaja a familias pioneras entre los años 1935-60, le entregó un diploma en agosto de 2003.

José se lo merece, es un hombre muy sensible, con una historia de vida sencilla forjada con sacrificio, trabajo y sobre todo respeto por los demás.

Tengo la seguridad de que cada vez que lo vea tendrá algo nuevo por recordar, que relatado con su facilidad descriptiva y emotividad me hizo sentir, con sus palabras, que estaba transitando esos caminos.

El "Colectivo de Vázquez". El Alba, el Alba de Ajó

Esta empresa pertenecía a Manuel Vázquez, un hombre vinculado al transporte ya que había sido gerente de la línea 217 que hacía el trayecto desde Chacarita a José León Suárez (N. de la R.: la actual línea 87, por aquellos años explotada por la Compañía de Transportes La Argentina).

Tuve la posibilidad de conversar con uno de sus choferes, el Sr. Ricardo Calviño, justamente quien rescató tres unidades del incendio que se produjo en el garaje de la empresa en 1953.

Al principio según los avisos publicados comenzaron como “micros para excursiones” En verano se incorporó la línea a la costa y se llamó El Alba, aunque continuaron los viajes de turismo contratados o para llevar conocidas orquestas del momento como D´ Arienzo, Basso y otras a distintas ciudades del interior como Luján, Chivilcoy o 9 de Julio, por citar algunas. Incluso para un remate de terrenos en Mar de Ajó, habían salido de Buenos Aires once micros completos.

Ricardo tenía el horario nocturno y salía de Matheu y Alsina a las 23:50. Tomaba Matheu, San Juan, el viejo Puente de Barracas, Avenida Mitre y tomaba la Ruta 2.

En Chascomús era la primera parada. luego en Dolores (en La Estrella del Camino) para cargar combustible y en Villa Roch, donde había un restaurante y un almacén en el que se paraba veinte minutos.

De Dolores a Esquina de Crotto había tres kilómetros de asfalto y luego era tierra. Cuanto más se caminaba y más velocidad levantaba mejor.

En la zona de Lavalle a los costados del camino había cangrejales y de ahí a Santa Teresita se iba por La Linconia. El camino era abovedado de tierra negra, si llovía era un problema, pero se secaba rápido, aunque dos veces me tuve que quedar a dormir allí con los pasajeros arriba del micro...

La empresa tenía parada en Santa Teresita, Mar del Tuyú, San Bernardo y Mar de Ajó. A San Clemente del Tuyú era más fácil llegar, pero nosotros no entrábamos porque había otra empresa que lo hacía.

Entrábamos por el centro de Santa Teresita y cinco cuadras antes del muelle de Mar del Tuyú se bajaba a la playa por una calle asfaltada. El tramo del castillo de Duhau era muy angosto y el más peligroso de la playa. Si se retiraba el agua marchábamos tranquilos porque quedaba un poco firme.

A Mar de Ajó también se llegaba por la playa. Allí no se levantaba ni bajaba nadie. Se subía por una rampa asfaltada y parábamos de Cáneva, Diagonal Rivadavia e Hipólito Yrigoyen, allí quedaban los coches y se vendían los pasajes. Nosotros parábamos en el hotel Fresno y estaba el bar de Crispín.

Ese servicio era expreso, llegaba a Mar de Ajó alrededor de las 7,30 de la mañana, volvía a salir a las 15:30 y llegaba a capital a 23:30. En el regreso se cenaba en Chascomús, en Atalaya, donde nos juntábamos con choferes de otras empresas.

En verano había seis micros que hacían el servicio a la costa y día por medio salía de Capital a las 6 de la mañana un micro convencional, que era local y entraba en todos los pueblos levantando pasajeros. Llegaba a Mar del Tuyú después de mediodía, alrededor de las 14:00 ó 15:00 hs. Se quedaba a dormir en la costa y al día siguiente hacía el mismo horario. El coche era un Ford y el chofer se llamaba Marcelino…

En el viaje a la costa hacían cambio de chofer en Etcheverry, luego en Chascomús o Atalaya, en Lezama, Dolores y en Conesa. De allí seguía el mismo chofer hasta el destino final”.

El camino de la costa era prácticamente la playa. La actual ruta 11 y el camino a Pavón eran puro médano. De Dolores a General Conesa la traza de la ruta era casi la actual y de allí a General Lavalle la ruta asfaltada también es el camino viejo, excepto el desvío que pasaba por el pueblo de Villa Roch y por el viejo puente (inaugurado en 1904 N. de la A.).

Sobre la empresa, con orgullo Ricardo recordaba que el horario casi siempre se cumplía bien y nunca tuvimos ningún accidente. Además, todos los choferes estaban preparados para atender cualquier inconveniente de mecánica o gomería que pudiera surgir.

Tampoco había problemas con los pasajeros. Entendían siempre la situación, si el micro se quedaba bajaban a empujar y a ayudar; no se quejaban, podía haber alguno que lo hiciera, pero no era lo más común. Algunos me pedían si les podía llevar un baldecito con almejas, pero el único coche con baulera era el 2. En los otros coches las valijas se ataban bien en el portaequipaje y se tapaban con una lona.

En temporada íbamos siempre llenos y, muchas veces, algún pasajero con tal de viajar pedía si le permitíamos ir sentados en un banquito, y se lo dejaba. Además, los coches no desarrollaban una velocidad mayor a setenta kilómetros por hora.

Ricardo, que trabajó en la empresa más o menos entre 1950 y 1962, decía no haber firmado jamás un papel con Vázquez: yo me arreglaba muy bien con las propinas. A fin de mes me decía “¿Quiere cobrar?” y yo le decía que me guarde el sueldo y él anotaba. Nunca pedí una hora extra. Cuando le compré a Vázquez el interno 10 que era naftero, con esos sueldos ya tenía pago medio micro.

Respecto a sus compañeros, rememora a su acompañante Raúl Terzano, Domingo, Simón, Marcelino, pero no recuerda los apellidos. Una vez en uno de los viajes de turismo a Mar del Plata llevé de acompañante a Vázquez, pero él no manejaba a menos que fuera necesario.

Ricardo tiene un especial recuerdo por el mencionado interno 2. Yo mismo lo acompañé a Vázquez, cuando viajó a Santa Fe a comprarlo. Era un Leyland y pertenecía a la empresa T.A.T.A., que hacía Plaza Once, desde la calle La Rioja, a Santa Fé. Tenía treinta y cinco asientos, era un micro pesado para la playa y mucho lujo para ese servicio. Estaba tan lindo que no se lo pintó con los colores de la empresa.

Imponente Leyland, probablemente un Tiger, el cual seguramente fue el adquirido a la empresa T.A.T.A. Obsérvense la leyenda Excursiones en su lateral y las leyendas del recorrido agregadas con una chapa pintada en el frente y un pequeño cartel de ramal en el parabrisas izquierdo. Completa los destinos el pequeño cartel de ramal embutido sobre la parrilla del radiador. (Foto: Ricardo Calviño - Colección Adriana Pisani).

Yo fui el único que lo manejó. Vázquez en invierno lo destinó para excursiones y fui a Córdoba, Alta Gracia, Luján, pero en verano hizo la costa. Nunca me empantané ni me quedé con ese coche.

Cuando se retiró de la empresa, Ricardo trabajo como chofer en las refinerías de Shell, transportando empleados jerárquicos y residentes desde Constitución a Dock Sud. Su horario era de lunes a lunes de 6 a 18 hs. y en las horas pico el servicio tenía cuatro o cinco coches más. Allí trabajé treinta y cinco años, dijo. Siempre, de alguna manera, Ricardo estuvo vinculado al transporte.

Nacido en Pontevedra -España-, hijo de Gumersindo Calviño y Alicia Rielo, llegó a la Argentina en 1948 con una hermana menor (tenía cuatro hermanos varones y dos mujeres). Acá vivían unos tíos y Ricardo trabajó en un taller mecánico, en micros escolares, en un reparto de quesos con un camión en la feria de Liniers, hasta que se vinculó con Vázquez.

Sin dudas una historia de vida llena de anécdotas y recuerdos para evocar.

Recuerdos de Transportes Solmar

En anuncios de la guía de teléfonos del año 1947 se mencionaba a “Transporte Solmar S.R.L., Buenos Aires, Mar de Ajó, San Clemente del Tuyú. Bartolomé Mitre 2138-46, teléfono 48-Pasco-1265

En uno de sus avisos se promocionaban sus servicios diarios en verano e invierno. Servicios por la playa uniendo todos los balnearios. Ascenso y descenso de pasajeros en cualquier punto del recorrido. Boletos intermedios.

Pablo Barroso era chofer de Solmar y sus hijos contaban que trabajaba en el Ministerio de Transporte y le designaron la empresa. Solmar tenía la concesión del correo debían llegar sí o si a San Clemente y más de una vez papá cuando se encajaba el micro, pedía un caballo en alguna estancia para llevar la correspondencia. A veces llegaba a casa molido porque había hecho cuarenta kilómetros a caballo… También si el camino estaba malo y no podían seguir, caminaba en busca de leche para algún chico…

Los choferes de Solmar posan delante de una de las unidades de la empresa, carrozada por la firma Modelo sobre chasis Mack. (Foto: Familia Barroso - Colección Adriana Pisani).

La familia vivió en San Clemente entre 1940-48 y luego se trasladaron a Dolores porque para todo se dependía del estado de los caminos.

En esa ciudad la parada era en el almacén de Bataglia, situado en el cruce de las calles Alem y Buenos Aires y los coches salían según el tiempo, la gente llamaba. Cuando bajaban a la playa para ir a Mar de Ajó le decían "mirá que no tenés marea hasta tal hora" y tenías que esperar, llevaban gente parada y a veces los médicos se tenían que ir a Mar de Ajó a caballo.

Cuando el camino estaba intransitable había que ir de Dolores a Madariaga, de allí el tren a Pinamar y si las camionetas de Guevara pasaban por la playa se podía llegar a Mar de Ajó.

De acuerdo a lo expresado en su libro por Don Lázaro Freidenberg, fundador de Santa Teresita (...) La empresa de transportes Río de la Plata, fue una de las pioneras en estas rutas…gestionamos con Guerra y Firpo, Gerente General y Jefe de Relaciones Públicas de la compañía, para que alguno de sus coches fuera destinado a nuestro balneario. Se les facilitó un lugar apropiado para la atención del pasaje…y la obligación de cuartearlos veinte kilómetros al norte y veinte al sur en días lluviosos, tarea que estaba a cargo de Dardo Eliçabe (…) Pieroni o Astudillo llevaban a la práctica el auxilio, ambos competentes conductores y mecánicos (...) Había que levantarlos con tirantes y tacos, ponerles tablas debajo de las ruedas y sacarlos con el Guerrero, un Chevrolet de la segunda guerra de caja larga y doble tracción (…)

La aventura que significaba cada viaje a la costa, sin dudas merece un capitulo aparte y nada más pintoresco que recordar hoy esos micros empantanados en aquellos caminos. Se sabía el horario de salida pero no de llegada y eso parecía ser una modalidad del servicio...

Y si hablamos de micros varados en la ruta, conviene recordar que esa circunstancia se dio hasta entrada la década de 1970, en algunos puntos de la ruta 11. Lo demuestra esta fotografía, en donde un Volvo carrozado en Necochea por Miguel La Torre de Costera Criolla, un camello de Cametal del Expreso Buenos Aires y un Mercedes Benz O-140 DIC de la Río de la Plata esperan mejores condiciones para proseguir su camino. (Foto: Colección Adriana Pisani).

Adriana Pisani

Extractado de su libro Desierto de mar - Historias de Otros Tiempos en las Playas de Ajó.

Texto adaptado para su publicación en la web por Alejandro Scartaccini, en julio de 2010

BusARG.com.ar - Primer Museo Virtual del Transporte Argentino ] Buenos Aires, Argentina
http://www.busARG.com.ar [ info@busarg.com.ar