El "Faquito": Un Fruto del Esfuerzo Personal

Hoy parece normal organizar una muestra de unidades antiguas de transporte de pasajeros y que concurra, como mínimo, media docena de ómnibus y colectivos restaurados para la alegría y distracción de aficionados y curiosos. Ante cualquier reunión, será infaltable el lote de reliquias vivientes que recrean esos viejos tiempos que se han ido y sólo perduran en nuestra memoria.

Pero para los que hace años perseguimos el objetivo de preservar la historia, esta situación es una panacea: si nos remontamos unos 15 ó 20 años hacia atrás, se podía contar a las unidades restauradas con los dedos de la mano y, casi casi, hasta sobraban.

Hoy día no es difícil juntar varios colectivos de época, para cualquier ocasión que los requiera. Años atrás, esto hubiera sido dificilísimo, si no imposible. Aquí vemos a cuatro bellas unidades (Chevrolet 1946 F.A.C.A. de la línea 109, propiedad de la empresa; otro Chevrolet de 1946 carrozado por Gerónimo Gnecco, propiedad de nuestro amigo Claudio Souto y restaurado como unidad de época del Expreso Lomas; un Mercedes Benz LO-312 A.L.A. de 1963 de la línea 45, propiedad de la empresa y otro Mercedes Benz, pero LO-911 carrozado por San Juan en 1971 perteneciente a la empresa Nuevo Ideal y recreación de la línea 620 de La Matanza) reunidas en ocasión de la grabación de un documental para el canal de cable Encuentro, el 4 de julio de 2009. Si la filmación se hubiera realizado 15 años atrás, probablemente se podrían haber reunido dos coches o tres como mucho, si la suerte acompañaba. (Foto: Alejandro Scartaccini).

Nos pone muy contentos que diferentes empresas hayan decidido restaurar unidades antiguas y hasta en cantidad. Y creemos que, en un pequeño porcentaje, aquellos que luchamos desde hace años para que no se pierda lo poco que ha quedado en pie de la Historia del Transporte hemos tenido nuestra participación e incidencia en esta novedosa movida.

Hoy, muchas viejas unidades lucen orgullosas como en sus mejores tiempos y, casi siempre, han implicado un enorme trabajo de restauración, porque la mayoría de los vehículos rescatados han sido encontrados en malas condiciones.

Pero hay uno que nos mueve más que los demás, porque ha sido el fruto del esfuerzo de una sola persona, trabajadora y que no nada en la abundancia, que durante casi tres años, pacientemente y con sus propios recursos, ha logrado volver a la vida a un simpático Convencional Mercedes Benz LO-312 carrozado por F.A.C. en 1959

Si bien valoramos mucho el trabajo que varias empresas han encarado con el fin de preservar una o más unidades, pues reconstruyen su propia historia y eso es más que meritorio, este muchacho acometió la ardua tarea de restaurar un colectivo desde cero (o desde menos diez, de acuerdo con el cristal que se lo mire) con los medios de cualquier trabajador normal y sin el respaldo de una empresa solvente detrás. Por eso, podemos calificar a su esfuerzo como una verdadera epopeya.

El orgulloso dueño del Faquito, tal como acostumbra llamarlo, no es otro que Gustavo Del Manzo, colaborador de BusARG desde casi la primera hora y amigo personal desde hace casi dos décadas. Y no fue la única vez que intentó restaurar un colectivo, pero ésta es la primera oportunidad que logra llevar a buen término su tarea.

Es mejor que nos cuente él mismo cómo se inició en este mètier y cómo llegó, luego de tantos años, al final feliz de su obra cumbre.

Desde chico me gustaban los colectivos y empecé con los juguetes, pero tenían que ser de industria argentina, como esos viejos Gaspi de goma, que tenían trompa de SIAM - Di Tella y luego los MAI, esos colectivos de chapa litografiada que estaban muy fileteados y que para los ojos de un chico eran casi reales. Luego salieron los Galgo, pero en ese momento, o un poco después, pasé a otro plano y me puse a armar mis propias maquetas, que es una afición que aún hoy practico y sigo perfeccionando.

Luego de años de maquetista llegó el siguiente paso: quise tener mi propio modelo en 1:1, o sea, un colectivo de verdad. El primero fue un coche con trompa de Chevrolet de 1942, pero que en los papeles figuraba como Dodge de 1938. Estaba en tan malas condiciones estructurales que la reconstrucción hubiera sido un trabajo terrible y costoso. Por eso lo vendí y, al tiempo, conseguí el segundo coche, con el cual me fue un poco mejor.

Se trató de un Chevrolet de 1942 carrozado por La Unión Industrial, que estaba convertido en furgón, pero con su estructura en relativo buen estado. Llegué a un acuerdo con la gente del Expreso City Bell, que entonces era la prestataria de la línea 273 en La Plata, donde vivía. Lo restaurábamos "en sociedad" y el coche llevaría sus colores de época.

Pero ante la proximidad de la quiebra, la misma gente de la empresa me recomendó que lo retirara de los galpones, porque podría quedar incautado allí cuando llegara el momento. Por eso me lo llevé y mis amigos de la empresa Flecha de Oro (N. de la R.: se trataba de la empresa que explotaba la línea comunal 520 de La Plata y la provincial 393) me ofrecieron un lugar donde guardarlo. Y allí quedó, quieto, durante algunos meses.

Acertó a pasar por allí el presidente de la línea 45 porteña, el Señor Albino "Tito" Díaz. Lo vio, le gustó y se lo vendí. Hoy todo el mundo conoce a ese colectivo, porque Tito lo restauró y es la "nave insignia" de la 45, el pequeño Chevrolet que, vuelta a vuelta, podemos admirar en televisión o en exposiciones.

Pasaron muchos años y, ya mudado a Buenos Aires, me volvieron a agarrar las ganas de tener mi 1:1. Pero quería un colectivo chiquito, un Mercedes Benz Convencional de los de fines de los ´50 o inicios de los '60 de los más cortitos, de ésos que parecían de juguete, al lado de sus contemporáneos de tamaño normal. Como ya era difìcil conseguir un Chevrolet pequeño, de ésos de 16 asientos o, si la suerte acompañara, de los primitivos de 11, preferí buscar a los más pequeños exponentes que eún quedaban en pie.

Un compañero de trabajo, profesor en la misma facultad en la que doy clases, que vive en San Miguel y que sabía de mi berretín, me comentó que, por la zona de su casa, había dando vueltas un colectivito chico al cual utilizaban de furgón verdulero. Como mi compañero no es avezado en el tema, si no que se metió de onda, no supo decirme qué carrocería era ni el tamaño real del coche. Lo único que me supo decir era que tenía 4 ventanillas por lado y por eso desconfié de que fuera el colectivo cortito que yo quería.

Mi amigo me hizo la gauchada, se disfrazó de gitano y fue a averiguar si vendían el colectivo y cuando pedían. Se disfrazó para que los dueños no supieran los verdaderos fines de la compra, porque si no podrían pedir lo que ese coche no valía.

Una vez hecho el contacto, me fui a San Miguel y lo vi. La primera impresión era lamentable, porque estaba muuuuy venido abajo pero, estudiándolo un poco sin hacer mucha alharaca, vi que conservaba todas sus ventanillas, ambas puertas, ventiletes, bandera, casi todas las tulipas y el espejo original, todos los elementos que son dificilísimos de conseguir y que hacen a una correcta restauración. ¿De donde podría sacar una ventanilla de F.A.C. de fines de los ´50? Sería casi imposible y difícil de reproducir, luego de casi medio siglo de fabricado.

Al estar guardado en un galpón lleno de cajones, no podía apreciar realmente si era uno de los coches cortitos que yo quería. Como había visto en Villa Devoto un colectivo chiquito carrozado por A.L.A. convertido en furgón, me fui corriendo a medir la distancia entre ejes, para volver a San Miguel y ver si tenía la misma medida, de 4,20 metros entre ejes. ¡Y fue así!

Volví y lo miré más en profundidad. Si bien tenía todos los elementos difíciles e indispensables para avanzar en la restauración, el resto estaba en condiciones deplorables. Destaqué el hecho de que todavía funcionaba y de que no habría que acometer un trabajo a fondo de mecánica, pero estaba equivocadísimo. No obstante, pensé que todo sería cuestión de tiempo y resolví comprarlo. Era, en el fondo, el colectivo que yo quería.

El día que concretamos la operación, me dijeron que supuestamente me lo trajeron andando pero lo veo difícil: el coche no tenía frenos y el radiador perdía líquido constantemente. Tal vez sirviera para circular en esas condiciones por un barrio repartiendo verduras, pero no para hacer un tremendo viaje desde San Miguel a Avellaneda. Si en efecto vino por sus propios medios, ese viaje fue suicida, pero es de suponer que lo trajeron a remolque hasta unas cuadras antes del punto de encuentro.

El 20 de julio de 2006, a las 5 de la tarde, me quedé solo con el Faquito. Lo observé y, si bien tenía las partes difíciles originales, pensé que la restauración del resto del coche sería terrible. Al no tener los medios para meterlo en un taller para una reparación general y que salga cero kilómetro a la calle, era menester acometer un trabajo paso a paso pero eso es de temer, porque todo se va de las manos en dinero, tiempo y esfuerzo, a veces para avanzar poco o nada.

Luego de comprarlo quedó guardado en un garage hasta las vacaciones de enero. Iba a verlo, lo contemplaba y limpiaba, pero necesitaba recuperarme monetariamente hablando, porque la compra en sí había dejado maltrechas a mis finanzas.

Resolví comenzar por los temas más urgentes de mecánica y me dediqué a los frenos, pero eso, como buena parte de lo que acometí después, causó un efecto dominó y el de los frenos es un ejemplo cabal de esta teoría: lo llevé con grúa al taller de frenos tras comprar campanas y patines nuevos, pero no lo podían hacer, porque la batería estaba descargada y no lo podían poner en marcha para que cargue el tanque de aire y probar los frenos...

Se cargó la batería pero no tenía la llave de ignición; eran dos cables que se los unía a mano. Además, el cable del acelerador... ¡Era de nylon!, no tenía aceite en el carter y por eso se rayó el cigüeñal. Además no tenía tanque de gasoil, si no un bidón en el salón del coche... Todo, pero todo agarrado con alambre o a veces ni eso. Creo que andaba, simplemente, porque era un Mercedes Benz.

En este punto conviene hacer un alto en el relato de Gustavo, porque en esos primeros momentos yo estuve allí con él y visité a su Faquito, para conocerlo y darle mi impresión sobre su compra.

Fui a los pocos días de la adquisición y me encontré con un colectivo muy baqueteado hecho furgón en un garage descubierto. Pese a su mal aspecto, destaqué el hecho de que contaba con todas sus ventanillas, puertas, bandera e incluso el aluminio anodizado de su revestimento interno inferior en bastante buen estado. No obstante, el resto del coche delataba desidia en su cuidado. Los dueños anteriores, obviamente, nunca lo vieron con ojos de amante de los fierros: era un simple instrumento para llevar verduras y como tal fue tratado.

Pese a su estado, el viejo F.A.C. conservaba parte de su impronta intacta. Era lindo estudiarlo, mirarlo y descubrir detalles tanto por dentro como por fuera. Allí estaba, como cansado, pero con su alma entera, como si esperara un tiempo mejor.

Aquì vemos al Faquito a poco de su llegada a manos de Gustavo del Manzo. Como se aprecia, sus líneas estilísticas están intactas, pero también es evidente su deterioro, producto del paso del tiempo y el descuido de sus anteriores propietarios. (Foto: Alejandro Scartaccini).

-Acá tenés un trabajo por delante poco menos que titánico, le dije a Gustavo. -Recuperar este coche te va a costar sangre, sudor y lágrimas, pero si tenés paciencia por sobre todas las cosas, vas a tener una joya en las manos, concluí.

Y realmente nunca pensé que iba a estar tan cerca de la verdad.

Finalmente, se hicieron los frenos de adelante a nuevo y se mejoraron los de atrás y, en febrero de 2007, marchó al chapista para cerrar la culata (se había sustituido la original por un portón de dos gajos, como en todo furgón que se precie de tal) y acomodar la trompa y los guardabarros, que estaban completamente desencuadrados. Ya con la culata restaurada tal cual la original (con la franja en "V") y el frente bien entrazado, su aspecto cambió bastante.

Pero... siempre había un detalle que complicaba las cosas. Cuando se retiraron los parabrisas para reparar el frente, nos encontramos que no se podían reinstalar, porque los burletes, que al retirar los parabrisas habían quedado inutilizados, no se fabricaban más y ninguno de los actuales en producción coincidía con las medidas que se necesitaban. Tampoco se podían cortar los vidrios porque eran templados y era factible que al intentarlo se destruyesen. Finalmente y a los meses se los pudo acomodar, pero durante un largo tiempo tuve que cubrir los vanos con plástico y nylon, porque era imposible reubicarlos. Pese a los cuidados, las lluvias mojaron y dañaron el torpedo.

Durante un tiempo me concentré en mejorar y reparar el interior del coche, restaurando el espejo nacarado, retirar y limpiar las tulipas y sus aros, además de fabricar copias para los faltantes (no tenía todos). Repinté las chapitas identificatorias del interior y, de a poco, el salón iba tomando forma y tornándose más amigable y vistoso.

Pero volvamos a la mecánica. Al no funcionar los calentadores del motor un electricista debió repararlos, pero como en el ínterin la batería se había descargado de nuevo, no se podían probar... Esto era como el Juego de la Oca: avanzabas dos casilleros para retroceder uno, pero al menos nunca hubo que volver al punto de partida.

Posteriormente se lo pintó de antióxido y fue tomando un aspecto más "restaurado" que antes. Ya no lucía desprolijo pero, aunque le faltaba, ya parecía que la restauración tomaba ritmo. Antes de pintarlo removí capas de pintura con el fin de detectar a qué empresa había pertenecido y se logró averiguar: cuando nuevo, circuló en la empresa Transportes Colectivos La Cabaña, la prestataria de las línea nacional 172, las provinciales 242 y 298 más la comunal 624 de La Matanza, aunque en la época en la que este coche circuló debería haberse identificado con el número 3, que fue el que llevaba en esa época. Y resolví que debería lucir como cuando salió de la fábrica cero kilómetro, con los colores de su empresa de origen.

Continuamos con los trabajos de mecánica, muy lentamente. En este punto hubo un contacto con el electricista de la línea 95, que en un primer momento se dedicó a arreglar trabajos mal hechos, como el alternador, los dichosos calentadores del motor y el burro de arranque. Además, se reparó por completo la dirección (en un momento, pese a que doblara el volante y diera varias vueltas, la dirección apenas se movía) y, mientras tanto, reparé y pinté los paneles de aluminio anodizado del interior, que ya iba tomando buena forma.

La gente de la línea 45 me regaló la estructura de un asiento del conductor de época, al cual reparé gracias a un amigo de la línea 109, el Señor Giménez, que me regaló las butacas de un viejo colectivo de la línea 125 e instalé para reemplazar el que tenía, que era una butaca de Torino...

Al iniciarse el ciclo lectivo del 2007, en marzo, detuve la restauración y me concentré, durante todo el año, en visitarlo y arreglar pequeñeces que luego incidirían en el trabajo final, como restaurar el gabinete en donde va el matafuegos (el coche contaba con el original) y el botiquín de primeros auxilios.

A fin de año reiniciamos la restauración con todo: se terminaron los detalles de chapa y acometimos contra el salón del coche: piso, estribos y pasarruedas nuevos, chapa de los laterales renovada en varias partes, revestimiento interno del techo nuevo y se lograron acomodar los parabrisas y recuperar la bandera original de acrílico. Además se restauró la pedalera, que estaba podrida y se le colocó, por fin, un tanque de gasoil.

Ya en marzo de ese año, sobre el inicio de un nuevo ciclo lectivo, se avanzó casi en su totalidad con el interior al colocarle los burletes de goma en las puertas, lijando el marco interior de las ventanillas y pintándolas con una pintura especial para vitreaux en color azul, para darles el aspecto del viejo aluminio anodizado. Se lustraron las baguetas del interior con Virulana y se reparó una filtración en el techo que estropeó la madera nueva. Como se ve, los contratiempos siguieron casi hasta el final.

Y llegamos a 2009, momento en el que me avisaron que el garage en donde lo guardaba cerraría y que debería buscar otro. Finalmente, lo encontré a 25 cuadras del anterior. Tras renovarle nuevamente los frenos y comprar una batería nueva, el Faquito salió por sus propios medios del que había sido su hogar por dos años y medio. Dio, por fin, los primeros pasos de su nueva vida solo, sin la ayuda de un remolque.

Llamativamente, despedía una enorme cantidad de humo blanco, cosa que se solucionó en el tramo final gracias a un cambio de aros. Se terminaron los ajustes de mecánica, se renovaron sus neumáticos y acometí a la pintura final, filetes y la decoración del interior, con todos los adornos que tenía guardados para la ocasión.

Y el 17 de abril de 2009 pude dar la restauración por terminada, a casi 33 meses de que llegó a mis manos. Y me senté al volante por primera vez para dar un paseo a bordo de mi sueño cumplido.

El primer destino que elegí fue la fábrica de Carrocerías F.A.C., de donde había salido nuevo y flamante 50 años atrás. Lo paré en la puerta y le tomé fotos junto al lugar que lo vio nacer. Luego de un paseo por la zona, adonde llegamos hasta Onsari y Belgrano, en Wilde, volví a guardarlo con toda la alegría.

Y hoy, andarlo es un orgullo y para mí, aunque crean que estoy loco, el Faquito tiene vida.

Se supo cuidar de no perder las partes difíciles de reponer, como sabiendo que, algún día, llegaría alguien a rescatarlo, valorarlo y salvarlo de su seguro destino de chatarra.

Tiene vida interior, personalidad. Y siempre, cuando pasea por ahí, le hacen luces, le sacan fotos y lo admiran. Si hasta pareciera que ante cada foto o saludo se sintiera halagado...

Galería de imágenes

El Faquito estacionado frente a la fábrica que lo vio nacer, volviendo a las fuentes, a exactamente medio siglo de su fabricación. (Foto: Alejandro Scartaccini).

Este perfil casi perfecto nos muestra la pureza de sus líneas recuperadas. Nada delata su pasado de pobre furgón verdulero. (Foto: Alejandro Scartaccini).

Viéndolo de tres cuartos perfil, tan arreglado y prolijo, surge la pregunta: ¿No parece de juguete...? (Foto: Alejandro Scartaccini).

Su frente luce intacto, luego de tantos trabajos para recuperarlo. Obsérvense sus parabrisas, con una leve inclinación a lo Mack, con el fin de evitar que los reflejos de las luces del interior molesten al conductor en horas de la noche. (Foto: Alejandro Scartaccini).

El único punto criticable (al carrocero, porque la desprolijidad es de origen y no fruto de la restauración) es la unión del conjunto parabrisas - ventiletes, a nuestro juicio no muy bien resuelta, como puede apreciarse en este ángulo. (Foto: Alejandro Scartaccini).

Esta toma, con un perfil cuasi agresivo, nos muestra varios detalles de época, como la gigantesca estrella de Mercedes Benz pintada en la parrilla, que a su vez está completamente pintada, sin cromar y con un filete en su extremo superior; la chapita de RA y la banderita que los colectiveros colgaban del pasamanos en fechas patrias, detalles que el dueño no pasó por alto y resaltan el carácter de época de la unidad. (Foto: Alejandro Scartaccini).

Vista del torpedo y la zona de conducción, muy bien recreada. Obsérvese el volante original, los filetes, el espejito con forma de corazón y el "telón" blanco acolchado que aparece abajo, con el cual se acostumbraba tapar toda la zona interior del puesto de comando. (Foto: Alejandro Scartaccini).

La culata fue el punto crítico de la restauración porque no existía: en su lugar había un portón de dos gajos. La bajada de la franja en relieve fue muy bien resuelta y el aspecto resulta inmejorable, con filetes a discreción y sin recargar. (Foto: Alejandro Scartaccini).

Creemos que no podría haber mejor frase que resuma la existencia y las peripecias de la restauración del Faquito que la elegida por Gustavo para pintar en la culata. A buen entendedor, pocas palabras... (Foto: Alejandro Scartaccini).

Y es aquí donde puedo relatar mi experiencia personal con el Faquito, pues me reencontré con él luego de casi 3 años: luego de la primera visita, nunca volví a verlo y me enteraba de su progreso sólo por fotografías y los relatos de su orgulloso dueño.

El día del reencuentro, un soleado y agradable sábado por la tarde, quedamos en encontrarnos al pie del Viaducto Sarandí, cerca de la fábrica de F.A.C., sobre la avenida Mitre.

Manejaba tranquilamente rumbo al viaducto cuando, a lo lejos, lo vi paradito bajo el puente, chiquitito y a la vez compadrón, cargado de filetes, pero sin exacerbación. Aparentaba ser tan pequeñito que sólo le faltaba la cuerda en el techo, para ser un completo juguete de época.

Cuando me acercaba, mi mente hizo un crack y me vinieron a la memoria imágenes de ese mismo lugar pero de muchísimos años atrás, más de 30, cuando pasaba por allí de paseo con mi papá, bien de pibe.

Y recordé coches similares al Faquito, igualitos, de la empresa El Halcón, a los cuales veía pasar por debajo de ese mismo viaducto a toda velocidad rumbo a Constitución. Y en el flash de recuerdos, en la avalancha de imágenes que sobrevino por un par de segundos, me parecía ver pasar a los Convencionales del Expreso Quilmes, a los coches carrozados en La Estrella de la Blanquita, a los Mercedes Benz O-140 D.I.C. de la Río de la Plata, a los flamantes 1114 de la línea 17 con la leyenda Trabajadores Transportistas Asociados en su lateral... Fue una experiencia casi sobrenatural, volver a 1974 ó 1975 por unos segundos.

Lo llamativo es que, pese a haber visto y disfrutado a unos cuantos coches restaurados, nunca me pasó algo similar con ninguno. Pero enseguida comprendí el porqué.

Siempre que me cruzo con alguna vieja unidad rejuvenecida y puesta en valor, el sentimiento es de alegría y admiración por verlos recuperados, enteros y brillantes por donde se los mire. Son un lujo, un festival para el ojo y una satisfacción personal, por verlos enteritos y como si el tiempo no hubiera pasado para ellos.

Y están tan relucientes y perfectos que, en su época, era dificilísimo, casi imposible, ver unidades tan logradas, adornadas y brillando por los cuatro costados. Y es en ese punto en donde radica la diferencia entre el Faquito y todas las otras unidades recuperadas: el Faquito no brilla en demasía ni rebosa de adornos o filetes. Está restaurado de calle y no de exposición.

Gustavo logró, con su obra, algo no visto en ninguno de los otros colectivos restaurados: le dio el aspecto de un vehículo de todos los días, de aquellos que tomábamos hace 30 ó 40 años periódicamente, para ir a trabajar o de paseo.

Es un colectivo arrabalero, de línea humilde, contra todos los demás que lucen inmaculados, como pertenecientes a líneas de primera, chetas, del centro o del norte. El pobre fierrito de extramuros, en cambio, pasea por los suburbios su figura común y silvestre, ésa que recordamos de nuestra niñez o juventud y que todas las mañanas paraba en la esquina de casa o a la vuelta de la escuela.

Y allí está la diferencia con todos los demás, la que me hizo retroceder 35 años por diez o quince segundos. Por no brillar, por su digna opacidad, paradójicamente resalta de entre todos sus hermanos restaurados, que lucen mejor que nuevos y tal vez nunca en su vida útil fueron presentados de manera tan superlativa.

Felicito a Gustavo, mi viejo amigo, por este logro tan singular y por cumplir ese viejo anhelo que me confió muchos años atrás, cuando paseábamos por La Plata: -Algún día daremos una vuelta en mi propio colectivo, me decía. -Vas a ver.

Y finalmente su profecía se cumplió, un soleado y agradable sábado por la tarde...

Alejandro Scartaccini

Julio de 2009

BusARG.com.ar - Primer Museo Virtual del Transporte Argentino ] Buenos Aires, Argentina
http://www.busARG.com.ar [ info@busarg.com.ar